Tubo de ensayo

4/febrero/2022

 

René Delios

 

Es notorio en nuestro escenario social escuchar a los que hablan en nombre de otros y se sienten los portadores de su verdad. De esta manera los predicadores como los políticos hacen eso, y más en campañas o celebraciones religiosas; en ambos escenarios a nombre del pueblo: salvarles el alma y de los malos gobiernos.

 

Y más cuando llegan a tener su propia iglesia unos, su cargo público los otros: los primeros son la resonancia de Dios en la tierra, y el sentimiento del pueblo -también en la tierra- los segundos.

 

¿Qué porqué revuelvo eso?

 

Pues porque ellos se juntan, sean los protestantes ahora, los católicos otrora: ya hasta hay propuestas legislativas para un día de la oración.

 

De ese tamaño.

 

Si mi vecino cree en Dios o en el partido morado, es de respetar su libre albedrío, pero de que los tenga que escuchar es otra cosa.

 

Tengo claro que los predicadores -del culto que sea- no son los portadores de la verdad ni a través de ellos habla Dios, de la misma manera en que los políticos ya en el poder, no son el pueblo, y contrariamente -ahí están las reseñas: la última del arzobispo retirado, Norberto Rivera con sus gasolineras, y el ex gobernador César Duarte y sus tantos ilícitos- lo han demostrado.

 

Que no todos son iguales, desde luego: contados.

 

Pero en tiempos de triunfalismos pírricos, pues aparecen ahora mesías tanto en los credos como en la política, en este México en que los mexicanos seguimos siendo un instrumento de las decisiones cupulares, aún se sigan padeciendo las consecuencias.

 

Cuando leí que la vacuna en contra del coronavirus iba a ser gratuita me quedó que no era una dádiva, y como bien dice el presidente, es un derecho pues el varo es de ese pueblo: en ese tipo de decisiones por parte de los mandatarios, ni hablar, pero en otros aspectos, como el de mantener una confrontación con los ricos porque son ricos, ni al caso: necesitamos más ricos en México, pero más justos, responsables con sus trabajadores y el país.

 

Porque ni modo que seguir con la ida del proletariado de finales del siglo pasado, cuyos dirigentes terminaron igual de burgueses millonarios, y mejor mantenerlos lejos de las políticas gubernamentales.

 

El gobierno no es un credo, no tiene porqué aplicar lo de “Dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”, no.

 

Y menos cuando el gobierno quiere dar más a base de austeridad en el gasto, que si bien es reflejo de honestidad, de evitar lo excesivo cuanto innecesario, nada más no promueve el desarrollo del objetivo social del sexenio: los pobres; los pobres no tienen por qué ser parasitarios, contrariamente hay que proyectarlos, para que logren crecer y ser autónomos.

 

Los pobres tienen que dejar de serlo, y para eso hay que darles las herramientas que ayuden a salir a unos de la miseria extrema y a otros de la pobreza estancada, con la asistencia social, sí, pero también con escuelas, clínicas, seguridad, trabajo y es en esto último en dónde tenemos el problema, porque no es el gobierno el que genera el empleo, sino la iniciativa privada -los ricos-, y me refiero a los empleos directos, de derechos laborales, a jubilación, no los temporales como son las obras de gobierno, sea el Tren Maya, el aeropuerto Santa Lucía, el cinturón Transístmico, Sembrando vida o la Petroquímica secundaria de Dos Bocas.

 

No, y tampoco se generan los empleos sí Dios quiere; no funciona así en este mundo.

 

Digo.