Se debería de tratar con doble propósito, lo referente al apoyo de mujeres artesanas, y en sí todo proyecto de mujeres, y de paso garantizarlos, para qué, en caso de éxito, no sean retomados y queden bajo el dominio de los esposos.
Es lo que pasa por lo general con las empresas de mujeres indígenas.
Cierto: por un lado preservan tradición y consolidad una cultura y por otro, generan ocupación y riqueza, pues por lo general se trata de empresas familiares que sacan “para irla pasando”.
Pero cuando son un éxito, la cosa cambia, incluso se vuelve de interés de la comunidad, y luego los dirigentes quieren meter mano.
El gobierno federal anunció en enero el lanzamiento de un programa integral de apoyo a las mujeres artesanas, y particularizó enfocarse más en aquellas comunidades indígenas y afromexicanas -sin lideresas, sin organizaciones de por medio-, cuando en ese sentido ya no debería de haber diferenciación, y si un estudio serio –salvo sea paternalismo- de que empresa artesanal tiene posibilidades de proyección.
No se trata tampoco de que se funden para ser subsidiadas. Pero si es defensa cultural, ni hablar: se trata de un subsidio.
La iniciativa señala que busca fortalecer la producción y comercialización de artesanías, además de preservar las técnicas tradicionales y proteger los diseños originales de estas comunidades.
Así que es conservación y comercialización, algo de lo que se ha hablado bastante desde hace tiempo, desde las culturas populares de los años ochenta del siglo pasado, y es la fecha en que siguen con los mismo, con la diferencia lamentable de que los diseños son incluso copiados por grandes marcas, porque nunca se aseguró ese diseño milenario, sea indígena o afromexicano.