María Elena Morera/EL UNIVERSAL
Nunca antes los migrantes en Estados Unidos habían sido convertidos en enemigos visibles a los que había que castigar a la vista de millones de personas. El ataque comenzó en Los Ángeles, pero ya se extiende a otros estados. No es una respuesta desesperada ni un accidente operativo; Trump no combate una crisis migrante, sino que la está fabricando con violencia y cinismo para consolidarse en el poder.
Su promesa de detener a un millón de migrantes anuales se vino abajo cuando el gobierno mexicano logró contener los cruces fronterizos. Ante ello, decidió crear una crisis desde dentro, una campaña de “orden” con redadas espectaculares, militarización sin precedentes y represión directa en los estados que no controla. Así busca desviar la atención de sus errores económicos, escándalos de corrupción y una agenda global sin rumbo.
A través de su red social -Truth Social- y medios afines, ha amplificado imágenes de protestas aisladas con violencia para justificar detenciones masivas, como si enfrentara una insurrección. Sin embargo, no se trata sólo de detener migrantes, sino que quiere aterrorizar a las comunidades, avivar el miedo blanco a dejar de ser mayoría y aplastar a sus opositores. Su blanco político es Gavin Newsom, gobernador de California y posible candidato presidencial. Trump intenta destruirlo con la misma lógica que usa contra los migrantes: sembrar caos para luego presentarse como el único capaz de controlarlo.
La narrativa oficial presenta a los migrantes como violentos y desbordados. No obstante, los hechos dicen que miles se han manifestado con dignidad y sólo un puñado comete actos violentos. Sin embargo, son esos pocos los que han sido convertidos en símbolo de amenaza nacional, amplificados hasta el absurdo. Los abusos del ICE y por la narrativa deshumanizante que pretende convertirlos en enemigos internos han provocado que las protestas se hayan extendido a más de 30 ciudades como Chicago, Nueva York, San Antonio y Seattle, entre otras. Lo que ocurre no tiene precedente. En los años cincuenta, los deportaban en silencio; en los dosmiles, los detenían en fábricas; hoy, los exponen, los reprimen, los convierten en espectáculo.
Mientras tanto, la Presidenta de México ha sido falsamente acusada por Kristi Noem de incitar a las protestas violentas. Es poco probable que esa declaración haya sido sólo idea suya; todo apunta que es parte de la estrategia de Trump. La acusación es absurda, pero revela el nivel de tensión entre ambos gobiernos. Por eso, la presidenta mexicana debe ser mucho más cuidadosa. No sólo en sus palabras, también en sus gestos. En un momento de polarización extrema, un mensaje puede tener consecuencias reales y quienes pagan el costo son los migrantes.
En los próximos días, Claudia Sheinbaum se verá con Trump. Aunque México no forma parte del G7, fue invitada por el primer ministro canadiense. Ante la crisis migratoria y política, es casi seguro que el tema se abordará en reuniones bilaterales. Esperemos que Sheinbaum evite que Trump le tienda una trampa, como ya lo ha hecho con otros mandatarios, incluso invitados a la Casa Blanca.
Frente al discurso del odio, los migrantes no están huyendo, se están organizando. Se espera que hoy sábado haya manifestaciones a lo largo y ancho de EU. Además, en Los Ángeles y otras ciudades ya operan patrullas ciudadanas para alertar sobre redadas, grupos de acompañamiento legal y de resguardo comunitario. No piden caridad, sino que exigen justicia. Como dijo Angélica Salas, de la Coalición por los Derechos Humanos de los Inmigrantes: “No queremos perdón, queremos derechos, queremos respeto”. Están contando sus historias, protegiéndose unos a otros, y construyendo una respuesta desde abajo, desde la calle, desde el corazón de las comunidades que ya son parte de Estados Unidos, lo quiera Trump o no.
*Presidenta de Causa en Común