Jorge G. Castañeda/EL UNIVERSAL
Es muy temprano para cantar victoria. La capacidad de Donald Trump de levantarse después de estar en la lona es ya legendaria. Lo hizo frente a los intentos de destitución (impeachment) durante su primer mandato, ante las acusaciones civiles y penales de las que fue objeto entre 2020 y 2024, en su reelección triunfante el año pasado, y a lo largo de toda su vida como desarrollador en Nueva York y en el mundo. Pero su situación en las encuestas al cabo de cien días en la Casa Blanca, la resistencia del poder judicial, sus reculadas en materia de aranceles, la respuesta china y hasta las elecciones en Canadá sugieren que no todo se encuentra perdido en Estados Unidos. Procesos que pueden interpretarse como tendencias de largo plazo y aliento en ocasiones resultan ser efímeros y frágiles.
En todos los sondeos publicados en estos días, Trump no sólo ve caer su aprobación a números negativos; arroja el peor nivel de popularidad de cualquier presidente en la época moderna a los cien días.
Las reculadas de Trump en sus deseos de imponer aranceles a media humanidad muestran asimismo su impopularidad en los mercados y con muchos de los empresarios que lo apoyaron. Cuando los tenedores de bonos norteamericanos —¿Japón? ¿China? ¿Wall Street?— empezaron a vender sus activos, el equipo presidencial convenció a su jefe de que era necesario dar marcha atrás. Algo semejante sucedió con el enfrentamiento con Beijing, y ahora con la industria automotriz. Trump se vio obligado a posponer, diluir y reducir sus exigencias, de manera unilateral.
Sus negociaciones de paz en Europa oriental y Medio Oriente siguen sin arrojar los éxitos inmediatos que el candidato Trump había anunciado.
Extraigo tres lecciones preliminares de esta evaluación. Primera: las aparentes mutaciones políticas profundas que supuestamente se reflejan en X o Y comicios, no siempre se confirman. Todas las sesudas explicaciones de los cambios del electorado norteamericano reflejados en la reelección de Trump pueden ser a la vez acertadas y de corta vida. Los latinos abandonaron al Partido Demócrata debido a su “wokismo”, la excesiva migración bajo Biden, y la inflación: sí, pero pueden abandonar a su vez a Trump, debido a sus excesos en lo tocante a las deportaciones, las redadas, incluso las “desapariciones” a la chilena o mexicana.
Segunda: para Trump, da más o menos lo mismo lo que hagan sus interlocutores en otros países. La firmeza de Xi Jinping, la sumisión de Milei, las concesiones anticipadas de Vietnam, las concesiones inevitables de Sheinbaum, la indiferencia de Lula, la sonrisa de Macron, la buena disposición de Trudeau o la rudeza de Carney, no importan. Cuentan los mercados y las encuestas. El tono es indiferente para Trump, sólo pinta para los medios internacionales, especialistas en “lenguaje corporal”, que es como el futbol: todos son expertos, todos opinan. La correlación de fuerzas sí pesa, pero para los demás. Trump no cede ante adversarios, sino frente a realidades.
Por último, comparto con el lector la opinión de un amigo londinense, sin mayor información que yo, pero con mucho más olfato y experiencia. Cree que Trump no termina su mandato. No me ha convencido, pero ya no descarto la hipótesis. Es cierto que para un presidente que no puede aspirar a la reelección —no es viable la tercera elección de Trump— las encuestas revisten poca pertinencia. Pero una estrepitosa derrota republicana en los comicios de medio periodo en 2026 pueden conducir a una estampida de los correligionarios del presidente. En ese momento, si se mantienen los niveles actuales de las encuestas, no se requerirán muchas defecciones republicanas para la destitución. Ante esa perspectiva, la renuncia puede lucir preferible.
(Excanciller de México)