René Delios
José Emilio Pacheco fue considerado como uno de los intelectuales con mayor formación literaria y recipiendario de los principales galardones que se otorgan en el mundo de las letras hispanas.
Fue el escritor de la memoria crítica y lo cotidiano y siempre se mostró como un personaje alejado de los reflectores, y más el de las adulaciones mutuas en que caen no pocos vanidosos en ese mundo de esquistos, en algo que, en nuestro caso, sucede en cada entidad del país, y más si te toca la varita mágica del poder, el peor daño para la libre expresión de un intelectual.
Neta que por años no fue de mis recurrencias, y no porque su obra fuera mala, no.
Sencillamente porque en mi pobre adicción por la lectura, ha habido otros que han llamado mi atención en los géneros literarios.
De vez en vez observo que hay quienes, desde la trinchera que tengan, disertar o reseñan una chingonería sobre los creadores y sus obras. Yo no; solo leí de Pacheco uno de sus libros de poemas: “Los elementos de la noche”, aunque ahora sé que dejó una amplía obra entre reseñas, poesía, cuento y novela que administran y comparte sus herederos, y ya ni se diga el ensayo, los artículos, que poco a poco voy “bajando” de la página exprofeso, ahora que se puede hacer en la Internet, porque otrora, sino comprabas el libro, te quedabas con las ganas, por lo que ahora no lee el que no quiere.
En neto.
Pero así me sucedió con otros más, pues como a un buen, se me complica la interpretación de la poesía cargada de metáforas o analogías, en que la sustancia orbita en las líneas libres, sin que se obvie la cosa, como señaló Ezra Pound a inicios del siglo XX, cuando brotó el verso libre, ya sin la atadura milenaria de la rima y el academicismo.
En el ensayo del Laberinto de la soledad, de Octavio Paz, hay párrafos que leí dos veces para atrapar el concepto, pero viví como propio lo descrito en “Cien años de Soledad” de Gabriel García Márquez, o “La Casa de los espíritus” de Isabel Allende, pero me volví a atorar con José Saramago y su “Ensayo sobre la ceguera”, y desde luego, cuando dije eso, los de la mesa de ese día, me miraron como a un ignaro.
No niego que hubo las veces en que reintenté leer ese libro, pero al igual que la primera, lo deseché en la segunda, como me pasó con “Memoria de mis Putas Tristes” del gran colombiano, y así me he topado con textos de ciencia, historia entre otros, cuya redacción no me atrapa.
¿Es malo?
Por eso desde años ha, si alguien toca el tema de los poetas malditos, digo sin rubor que no he leído a todos, o me cuestionan si conozco toda la obra de Juan Rulfo, incluyendo la fotográfica, y pues les digo que no, que igual veo una foto del jalisciense y no sé si es de él.
Desde luego que cuándo me exponen, escucho, luego consulto, y si me agrada, le entro; no soy de los que se quieren ver como eruditos de las letras, o ser los cultos en lo oculto de la vanidad que se cargan, como esos pastores que repiten de memoria versículos bíblicos en aras de demostrar que conocen a profundidad la exégesis de las llamadas santas escrituras.
Lo malo aparece cuando alguien trata de imponer su criterio; cada lector decide quién le gusta, como sucedió años ha cuando Sabines era más leído en México que Paz, aun la fama mundial del segundo, cerebral y preciso, contrario al visceral pero certero como lo era el tuxtleco, según yo, pero jamás me atrevería señalar quien es mejor, porque eso no es posible, por muchos libros y el nobel de Octavio.
Hará años un amigo oaxaqueño me platicó que en su entidad, existió una especie de burbuja cultural que no necesariamente garantiza calidad; ocupaban los cargos oficiales, la que tomaba las decisiones editoriales, y que muchos eran publicados más por la amistad que por nivel, y tiempo después, otro reconocido, ya muerto, un tampiqueño afamado que escribió del calor campechano, me comentó lo mismo pero del Conaculta federal y su esfera de exquisitos, y fue cuando no dudé que eso pase aún en cada aldea estatal.
Así, talentos que conozco que se hicieron desde jóvenes y sin patrocinio de su entidad -y menos si eran críticos al régimen-, hoy tienen su buen nombre, al igual que otrora los ya reconocidos Joaquín Vázquez o Raúl Garduño, que también llegué a conocer en mesa de 80, aun haya sido breve el tiempo que traté al autor de “El recinto dónde duerme el oro”.
“Esa promoción, no es prioritaria, René” –oí alguna vez a un político- “ante las necesidades de la gente, tenemos claro que no se puede gastar en ediciones y almanaques que luego no se reparten”, y me explicó que distribuir libros, como editarlos cuesta lo mismo, y hay otras demandas y ha de seguir igual el criterio, de preferir los baños de pueblo, y no lo que viene de ese pueblo.
Entonces igual como dijo mi amigo que acusaban en varios estados, en que a los creadores que apoyan y promocionan los funcionarios culturales son a sus amigos, y no a los que ese pueblo determina identificar como su voz, su texto, su lienzo, su tiesto.
Espero qué no siga lo mismo de años ha, lo que por cierto vivieron muchos de los que hoy están.