Tubo de ensayo

27/marzo/2025

René Delios

 

Tiene su ventaja convivir con los chavos de tres décadas -como mis hijas e hijos- pues se entera uno de los nuevos antros nocturnos y los ya no tanto –no salgo de noche de siempre-, entre otros recovecos para el trago; platican de barrios complicados con sus amigos y amigas, escucho los nuevos vocablos –negados por la academia con leucemia, por supuesto-, música de moda, aunque no todos se interesan por la cultura -como siempre, son escasos-, pues eso no se le da a cualquiera, neta, pero cuando me hablaron del “hung up”, el término y lo que quería decir sí me brincó.

 

Quiere decir “colgado”, pero no es cualquier colgado, sino a aquellos y aquellas que en las redes siguen a los más célebres -políticos, intelectuales, académicos, deportistas, científicos, en fin- para opinar en los comentarios de sus cuentas y así darse a notar -otros les llaman “caza notas”, por lo general dedicados a llevar siempre la contra-, pero no debaten: ahí dejan su opinión, al amparo y tenor -off course-, del titular de la cuenta, si es que es tolerante y mantiene el comentario. Luego me explicaron eso de los “tiktoquer”, la fiebre que es ya tendencia en el mundo -de la que tenía alguna idea-, pero no que dejaba tanto varo -siete euros diarios por cada millón de seguidores, por video subido-, y me quedé pendejo -sí, pendejo- cuando me señalaron que hay personas como la bailarina y modelo estadounidense, Charli D’Amelio, con más de 120 millones de seguidores, por lo que la dama ya es también una garantía para la difusión de cualquier producto que mencione, embolsándose 120 euros por video.

 

¿O sea que ella escoge cual transmite y de a cuánto gana diario?

 

No sé si sea cierto, parece de cuento.

 

Pero aparte de los tiktoquer están los instagramers, twiteros, youtuber, obvio las fanspage en el facebook, y a quien tiene presencia en todas esas redes sociales, sus seguidores les llaman influencers -“las only fans son otra cosa ruquito, pero igual gana mucho varo”-, que es un término que para nada –me regreso a lo de cultura- connota lo que refiere, ni es un propiamente líder de opinión, y los más se ha vuelto instrumento de la publicidad y hasta para campañas políticas, como se vio a un buen de hombres y mujeres marcando sus tendencias en las pasadas elecciones federales.

 

Pero en el caso del rancho mexicano, actualmente existen 59.2 millones de internautas, de ellos el 85 por ciento -según un estudio de la revista Forbes- usa redes sociales, y desde luego el Facebook es la más popular, con 49 millones de usuarios constantes en México.

 

Cabe hacer la precisión: hay temas que requieren diseño, producción, ambientación para que se vean naturales en el influencers; en el caso de la política y sus personajes -que como nunca antes en elección presidencial, buscaron esta vía viral como medio de difusión-, es difícil precisar sí los influencers tienen peso en el criterio de la gente, pues no hay estudios sobre eso de la institución especializada, como lo es el INE, nada más para que se den color que lenta es ese órgano colegiado

 

La idea de la difusión o promoción de la imagen es que la gente conozca propuestas, acciones, para que se apoye así en sus determinaciones, en este caso electorales; en breve elegiremos juzgados.

 

¿Pero a quienes?

 

La connotación es distinta: a los legisladores los elegimos por su ideología, de derecha, de izquierda, de centro: si es bueno o malo es lo segundo, no lo prioritario: vota en manada, aun sea en lo particular. El juez no, éste lo hace –o debería hacer- conforme a derecho: la decisión es individual, observando el derecho, el legislador no. Antes ve a la institución de enfrente, en este caso la presidenta, y se cuadra a su designio.

 

¿O no?

 

Para otros, los políticos ya deben aportar lo propio.

 

Hoy cualquier político con cargo ejecutivo –alcalde, gobernador, la presidenta misma- tiene cuenta en redes sociales, y actúa y expone y se proyecta a través de su cuenta; obvio hay producción: conviven con la gente, se toman la foto, el video, y –¿Sin intención?- todo esto ha ido cambiando la óptica que la gente tenía de sus gobernantes. Antes considerabas o calculabas la posibilidad de acercarse a un personaje así, generalmente rodeados por sus guaruras.

 

¿Se acuerdan?

 

Los que voten en 2030 habrán nacido en 2012; en 2018 tenían seis años, fecha en que desapareció la guardia presidencial, ese grupo de élite que custodiaba innecesariamente al presidente -¿Cincuenta, cien hombres y mujeres bien armados?- y que tenían vía libre so pretexto –innecesariamente, repito- de cuidar al presidente; hoy ya no hacen falta, y nunca fueron necesarios: hoy son esos políticos los que se acercan a las vallas, los que saludad a la banda, se ven más gente con la gente, y esa gente se da cuenta que la presidenta Sheinbaum o el gobernador Ramírez, son pueblo, no excelsos.

 

Quiero decir que esos políticos –y más si tienen carisma, porque eso no se inventa- se ganan su propia imagen, y más si no solo se acercan, sino qué a la vez, le responden a sus gobernados.

 

Contra eso no hay fake news que funcione.

 

Por eso la oposición falla, en tiro por viaje –ahí están no solo las estadísticas-, que avalan aquello que les decía AMLO el sexenio pasado ante los malos augurios, y que se corroboró en la elección del 24: “yo tengo otros datos”.