Agencias
El sistema político estadunidense se considera una de las democracias más antiguas y estables del mundo, pero también resulta peculiar en términos de representación partidaria. Mientras muchas naciones democráticas funcionan con sistemas multipartidistas y de grandes coaliciones, Estados Unidos se ha definido por la dinámica de dos partidos predominantes desde el siglo XIX: el Partido Republicano y el Partido Demócrata.
Más allá de los nombres y colores que estos partidos representan, subyace una compleja estructura de motivos históricos, jurídicos, ideológicos y culturales que sostienen el bipartidismo. Entonces, ¿por qué Estados Unidos ha sido incapaz de permitir que otros partidos florezcan? Y más importante, ¿cómo han sobrevivido los partidos menores a pesar de las barreras casi insuperables que enfrentan?
El bipartidismo en Estados Unidos no es una casualidad, sino el resultado de factores históricos, estructurales y culturales. Uno de los principales elementos que contribuye a esta realidad es el sistema electoral conocido “Escrutinio mayoritario uninominal” (“first-past-the-post”)
Bajo este sistema, cada distrito elige a un representante, y el candidato que obtiene la mayor cantidad de votos gana el escaño, sin importar si alcanzó una mayoría absoluta o solo una pluralidad. En la práctica, esto significa que los votantes suelen apoyar a uno de los dos partidos más grandes para evitar que su voto “se pierda” en un partido minoritario con pocas posibilidades de ganar.
En México se usa este sistema, pero de forma mixta. Están los curules elegidos por representación proporcional, es decir, los 300 diputados que son electos de forma directa; mientras que los 200 restantes son los plurinominales para dar paso a partidos más pequeños. En tanto, en otros países se usa el sistema D’Hondt; en que cada estado o provincia tiene un número determinado de legisladores y de acuerdo al porcentaje de votos que obtuvo un partido en esa localidad, se designan los curules.
Este fenómeno se conoce como el “efecto de Duverger”, una teoría política que sugiere que los sistemas de mayoría simple tienden a consolidarse alrededor de dos partidos principales, porque cualquier candidato de un tercer partido se encuentra en desventaja frente a la necesidad de obtener una mayoría local para ser elegido. Los votantes, entonces, se inclinan por opciones viables, lo cual refuerza el predominio de los dos grandes partidos.
Ese efecto pasa en muchos países. En Argentina, debido a la enorme cantidad de partidos que existen, suelen hacer grandes coaliciones o ‘metapartidos’, que se agrupan hacia o en contra del peronismo, la principal corriente política desde hace más de medio siglo que fue impuesta por Juan Domingo Perón.
Otra razón que sustenta el bipartidismo estadunidense es la historia del país. Desde sus inicios, la política en Estados Unidos se organizó alrededor de dos facciones principales. Primero fueron los federalistas y los demócrata-republicanos; luego, los whigs —que en el concepto moderno se considerarían ‘libertarios’— y los demócratas, y finalmente, desde mediados del siglo XIX, los actuales partidos Republicano y Demócrata.
¿Por qué otros partidos en EU no destacan?
Los partidos menores en Estados Unidos enfrentan barreras que limitan su participación efectiva en la política nacional. Un aspecto clave es la financiación de las campañas electorales. Los partidos Republicano y Demócrata reciben la mayor parte de las contribuciones de empresas, sindicatos y donantes privados, creando un flujo constante de recursos que permite financiar amplias estrategias de campaña.
A diferencia de México —en el que los partidos políticos que cuentan con el registro reciben financiamiento público—, ambos partidos en Estados Unidos reciben donativos privados sin límite tanto de ingresos como de gastos. Los partidos menores, en cambio, carecen de esta capacidad de recaudación y dependen de pequeños donantes o esfuerzos individuales, lo que les hace muy difícil competir en igualdad de condiciones.
La legislación electoral también juega un papel importante. Al no existir un órgano electoral que regule a los partidos y las elecciones, cada estado tiene reglas diferentes sobre cómo los partidos pueden ser reconocidos y cómo los candidatos pueden aparecer en la boleta electoral. En muchos casos, los partidos menores necesitan recolectar decenas de miles de firmas en un periodo corto de tiempo para que sus candidatos sean considerados en la papeleta.
Esta carga burocrática se convierte en una barrera considerable para los partidos pequeños, y la falta de acceso a los debates presidenciales nacionales, organizados por la Comisión de Debates Presidenciales —dominado por los dos partidos grandes—, dificulta que los candidatos de partidos menores se den a conocer y sean vistos como opciones viables.
En este contexto, el papel de los medios de comunicación es crucial. Al centrarse principalmente en los candidatos republicanos y demócratas, los medios perpetúan la percepción de que solo existen dos alternativas realistas. Aunque los partidos menores, como el Partido Libertario o el Partido Verde, ocasionalmente ganan protagonismo, la cobertura mediática tiende a limitarlos a curiosidades políticas en lugar de darles una plataforma comparable a la de los demócratas o republicanos.