Editorial

29/noviembre/2024

 

La clase política mexicana es la misma indistintas siglas.

 

Por eso cambian de camiseta sin ningún rubor, y abrazan la ideología que sea a conveniencia, pero en diferentes barcas se dan con todo, se oponen a todo lo del otro, aunque su objetivo debería ser el mismo, es decir México, y la verdad es que han forjado cofradías, cotos de poder, tribus, corrientes o como se quieran llamar, que se fueron excluyendo de sus bases y del trabajo político con éstas, y eso que son las que nutren socialmente a los partidos, y contrariamente, atrajeron élite de otros sectores –incluyendo el empresarial y el criminal- proyectándolos a posiciones de representación popular, que otrora eran para gente con carisma político, llamados líderes naturales del pueblo.

 

Ya no existen.

 

Ya no pasa: la tecnocracia mexicana impera, por eso se esperaba que las consultas de Morena le regresen el criterio a la base militante, y no a los padrinos existentes en las cúpulas políticas.

 

Algo pasó que no salió bien en esas encuestas, pues hasta se propone incluso terminar con la reelección de alcaldes y diputados.

 

Los partidos se distanciaron de las bases sociales, incluso desplazaron a sus propios cuadros políticos en aras de alianzas y coaliciones, lo que provocó obvias fracturas y cuando se dijo, las dirigencias no aceptaron su corrupción política, que en el caso de la oposición sí les generó la perdida de presencia.

 

Los partidos tienen que retornar al trabajo con la base, tienen que reforzar sus cimientos y eso solo desde abajo, desde el pueblo.