La indignación es el sentimiento que más han externado los mexicanos y votando, por la enorme corrupción que asoló a la administración pública, y que medró el progreso de los millones de connacionales por décadas, y con ello el de la nación.
Da impotencia entender que esa corrupción gubernamental socavó la estructura social, carcomió la sensibilidad pública y generó flagelos que se fortalecieron ante la indiferencia del poder, que hasta se ha coludido con el crimen organizado en algunos estados del país.
Todo ello ha generado lo actual: otras siglas y proyecto de gobierno en el poder, que por primera vez no reinventa a México en el siguiente sexenio y mantiene, como filosofía política, a la Cuarta Transformación que, están denominando humanismo mexicano, visto eso como programa medular del gobierno.
Solo que el término como que no aterriza en las entidades.
Se clamaba por cambios políticos –Pero igual de políticos, que ya están en Morena-, pero de nada servirán sino se registran también los sociales, mucho más complejos y lentos, y que comprende –es cierto- el combate frontal a la corrupción y al crimen organizado, como política de seguridad entre pueblo y gobierno.
Pero ya no se trata de seguir con la retórica de los posibles culpables, de seguir acusando a otros mexicanos por eso, en éste caso los llamados neoliberales. No son tontos, saben de la preferencia política del pueblo de México ¿Para qué confrontarlos?
Ese fue también discurso de la pasada administración y en ésta más que la confrontación con ellos, hay que buscar la conciliación: priistas y panistas ya mostraron su disposición de diálogo, lo cual es bueno aun sean minoría visible en los legislativos.
Así que la idea de la conciliación ojalá y tome fuerza.