Desde luego que no se esperaban que Morena –con registro desde 2014- creciera en tan solo cuatro años como para ganar arrolladoramente la presidencia en 2018, cuando apenas tenía un puñado de diputados en 2015, y la verdad –no como ahora- los conservadores se confiaron y pues perdieron y seguirán perdiendo, porque ahora pecan de soberbia, aunque no tengan qué discutir ante la contundente derrota que les aplicó una mujer de ciencias que supuestamente no era política.
Los jaloneos iniciaron demasiado temprano, en una oposición fragmentada por sus propios dirigentes: el asunto entonces no es ideológico, de compromiso social, sino que es de índole personal, de cotos de poder; no es priorizar al pueblo, pues eso se notara ahora –pues fueron gobierno- y por ende, Morena no existiría de haber sido buenos administradores.
La cosa es que ganando AMLO se hizo el escándalo; se le acusó de populismo en proyectos o programas para el combate a la pobreza, y al tema le dieron mucha cobertura y en vez de desprestigiar al comunista, lo encumbraron pues, para ese pueblo, AMLO es el primer presidente que atiende, directamente y sin organizaciones, sindicatos, sectores, partidos, fundaciones o autonomías, al pueblo.
Por eso Claudia Sheinbaum retoma todo y lo amplía, y por eso dicen que sigue subordinada a López, pero la idea es la misma: “primero los pobres”. La base así lo ve y se lo manifiesta ¿Cómo? Con votos.
Ahí están los números, la resultante, los gobiernos estatales, municipales de Morena, pese a toda la campaña desplegada, y que no le ha hecho mella al partido marrón que, incluso, sigue atrayendo nuevos simpatizantes generacionales, como se vio en el simulacro de voto en 420 universidades públicas y privadas en el país, estudiantes que a las 16:00 horas, ya le habían otorgado a Sheinbaum, el 67 por ciento de la votación, en un ensayo realizado dos semanas antes de la elección, porcentaje que se refrendo en las presidenciales.