En el sistema político mexicano el aparato de cada partido exige lealtad ciega a su máximo líder, en caso de que éste sea el presidente.
Extraña y estriñe a sus integrantes cuando, uno o varios, se indisciplinan a esa norma.
Pero también sucede cuando, un integrante de alguna bancada legislativa, determina por sobre la disposición o acuerdo de la bancada, y se le denomina traidor.
¿Pero a qué?
¿Al partido, a su país?
En punto es que esto de las traiciones se ve desde cada cristal.
Eso sucedió en el PRI cuando, la llamada corriente democratizadora, trató en el último cuarto del siglo pasado, hacer de ese partido de libre competencia hacia las candidaturas, es decir, concursadas de acuerdo a estatutos, y no por designación o tráfico de influencias.
De esta manera personajes que luego fueron figuras preponderantes de la izquierda, fueron expulsados ese partido, como Porfirio Muñoz Ledo, Ifigenia Martínez, Ricardo Valero, González Pedrero, y desde luego Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano.
Tras ellos, se dieron las salidas en cascada -lo que denotó que dentro del PRI ya existía esa tendencia en provincia-, y para no extendernos Andrés Manuel López Obrador en Tabasco, Rutilio Escandón Cadenas y Carlos Morales Vázquez en Chiapas, y así, connotados priistas que hicieron presencia no solo en el PRI en su momento, sino también en la izquierda a la que le dieron forma y presencia con esa capacidad que, ni negar, tienen esas personas para la organización y cobertura política.
Hoy sin ellos, el PRD perdió su registro, aunque antes también vivió “traidores”, cuando su gente empezó a afiliarse a Morena, desde que, en 2014, este partido alcanzó el registro.
Ahora es el PAN el que vive una traición, según esto, de parte de los Yunes, a los que ya tiene en proceso de expulsión de esas siglas por apoyar la reforma judicial, y desde luego la especulación del porqué sucedió, como para que críticos acérrimos de AMLO. de pronto apoyaran su iniciativa.
Eso igual se sabrá después, cuando Sheinbaum este en el poder.