Tubo de ensayo

12/agosto/2024

 

René Delios

 

Un rebote del tiempo, me presentó una columna publicada hace poco más de doce años, previo a las elecciones de 2012, que fue la fecha en que el PRI, ante la sorpresa de todos, regresó al poder; en esa entrega preguntaba el por qué no se practicaba la continuidad de los buenos programas del gobierno anterior, pues finalmente representaron una inversión pública, y los números señalaba que fue benéfico para el país, pero no, se cancelaban sexenio tras sexenio.

Durante un siglo, cada sexenio se sacrificaron o suspendieron buenos programas por imponer los de la nueva administración, sin dejar nada que le hiciera sombra al nuevo gobierno, aun fueran de las mismas siglas.

Así, lo posiblemente bueno del pasado gobernante, sencillamente es eliminado -pasó igual con AMLO, que borró todo lo de Peña- aun sus buenos resultados, en una práctica en que los gobernantes entrantes disponen inmediatamente de manera discrecional de toda la propiedad del gobierno, programas, empleados, dineros.

Desde el actual gobierno federal no se ha referido bien a algún programa gubernamental del pasado, pues todo lo hecho antes de la Cuarta Transformación, fue corrupción.

Desde luego que hay razón en torno a situaciones como la reforma energética de Peña a favor del capital privado, incluso extranjero, y su protegida defensa desde el poder judicial, que por aparte ha sido parcial con los planteamientos del presidente.

AMLO desmanteló mucho de lo existente, incluyendo los fideicomisos millonarios, cuyo control administrativo era un desorden a favor de una burocracia dorada que al perder osas millonarias mercedes y privilegios se sintió despojada, e inició una guerra sucia con encono e inquina, desde la postura reaccionaria de Claudio X. González, y eso incluyo a connotados periodistas, que ya saben cómo le han dado de a diario al presidente, su 4T y Morena, ni aun se digan –quedó claro que no-, líderes de opinión, la gente, la base social, no les dio la razón.

Y tan no se la dio, que hizo presidenta a su pupila, a la que le aplicaron también una campaña misógina y vil, como lo que publicó Beatriz Pagés Rebollar en su revista Siempre! en diciembre pasado.

Pero eso es diferente al como desmantelaron los programas de cultura, artes, ciencia, tecnología; desmantelados por corruptos, es cierto, pero fue parejo, pues por meses afectaron a los que sí cumplían los acuerdos, las entregas, los tratos.

Afectó becas hasta en el extranjero, pueblos mágicos, culturas populares, y así, más para arriba, programas desarrollo sustentable, agropecuarios y forestales, que el presidente deslizó por imponer el de Sembrando Vida -por ejemplo-, según porque es ecológico, y de a cómo es el punto antropológico, solo he de decir que si en dónde siembra el campesino no es propio, no lo estimula.

Sembrando vida podrá ser sustentable, pero no deja de ser paternalismo, y a la vez, electorero.

Así, igual, como un todo lo puede, pensó Peña como presidente -con su Pacto por México-, y que por dos años AMLO hubo de dejar tal cual, ante las versiones arreciadas de que su gobierno era populista, cosa nada atractiva para esos inversionistas que iniciaron el ataque en 2019 amenazando que sacarían del país 230 mil millones de pesos, y desde luego, eso comprendía a los seis de nueve estados de la federación, en dónde Morena ganó en ese 2018, incluyendo a Chiapas, que no es de los estados que captan inversiones millonarias, aún el potencial con que cuenta, incluyendo su ubicación en el continente, hacia la costa -y Sonda- del Pacífico, aparte de que por lo general se cuestiona que la inversión extranjera busca con lo menos sacar lo más –y lo más rápido para saquear a Chiapas es cortar su madera-, igual sean inversionistas de EU o de China –que también tiene su historia de colonización y explotación en Asia-, que no contemplan el desarrollo humano de los lugareños, gracias a que han tenido cómplices en los gobiernos de las naciones a los que han llegado, como sucedió en nuestro país con ese “Pacto por México”.

Por eso con la inversión extranjera se busca otro trato, en especial a través de una política energética nacionalista –¿o debe haber otra?-, no como la de Peña, que es leonina.

Así que por primera vez va a ver continuidad: primero los pobres en la línea social; transparencia administrativa en la línea gubernamental, pues la nueva presidenta del país así lo ha anunciado, en concreto el tema de los combustibles, de la energía eléctrica, del gas, del agua, de la minería, de la propiedad de la nación, con políticas públicas que tienen que ser favorables al país, y bajo ninguna circunstancia se le puede afectar, y menos a beneficio de capitales a veces hasta ilícitos, que vienen de “X” transnacional vía su filial en indonesia o Camboya, o de Brasil, como sucedió con el caso de Odebrecht.

Odebrecht, es de las asignaturas pendientes que se le heredan también a Claudia Sheinbaum, quien entrando debe dar un “ramalazo” como el que hizo AMLO con el aeropuerto de Texcoco, que se canceló y no pasó nada, ni se hundió México, ni huyeron las inversiones, ni perdió crédito el país y ni nada de lo que anunciaron los sicarios de la ultra derecha en los medios informativos.

Pues algo así de llamativo debe de hacer la primera mujer que gobernará México, no para romper el cordón umbilical o detener la continuidad de la 4T, pero sí para que quede claro que las determinaciones las tomará ella, no AMLO.

Desde luego que sus enemistades la toman por ahí, y en contra de la doctora Sheinbaum habrá marcada misoginia en sus críticos, los que desde luego tendrán que elevar el discurso pues, contrario a los sabios del Facebook, en lo profesional un periodista sustenta sus argumentos, no los supone, aparte de que también valora el que, la presidenta, registró la más alta votación que haya habido, incluso por encima de la de AMLO en 2018.

O sea que su popularidad es real, no herencia, y México está convencido –de acuerdo a esas cifras- de que ella puede gobernar a México, y esperemos que así sea.

 

Incluso con mano más dura.