Tubo de ensayo

5/agosto/2024

 

René Delios

En términos de representación popular la democracia de un país se aprecia en muchos factores de su vida política y social; una de ellas es su poder legislativo, no solo por su conformación plural, sino también por sus resolutivos –que muestran su nivel político y profesional-, razonados de tal manera que beneficien al país más que a las siglas representadas en esa máxima tribuna, que es lo que sucede en nuestra nación de incipiente democracia, un tanto avalada por las de 2018, cuya contundencia empezaron a despejar las dudas internacionales existentes sobre los resultados de las elecciones presidenciales de México, pues en nuestra  nación por sexenios el presidente designaba tanto al líder de su partido, como al coordinador de las elecciones federales, y desde luego, a su sucesor.

 

Todo era través del PRI, al que se le llegó a considerar como un partido del estado, y el origen del porque Mario Vargas Llosa –de tendencia derecha-, lo llamó la dictadura perfecta.

 

Eso aparentemente terminó en 2000, cuando se dio por primera vez la transición en la presidencia de México, con la llegada de la derecha encabezada por Vicente Fox, y posteriormente Felipe Calderón en 2006; en esos dos sexenios no hubo cambios en el procedimiento neoliberal, el que tampoco cambió en 2012 con el retorno del PRI al poder, hasta que en 2018 llega el cuestionado populismo a palacio nacional enarbolando la 4T con el planteamiento de “primero los pobres”.

 

La elección apabullante de AMLO dio origen a que se creyera que por él, ganaron todos, incluyendo los legislativos de la federación, y así se pensó en 2021, pero no. La nominación de una mujer para 2024 cambió el escenario nacional, y quedó claro cuando se conoció que Claudia Sheinbaum superó a su mentor en votaciones, y que su arrastre ganó las cámaras, aun se haya dicho que también en Morena -como en todos los partidos políticos-, los procedimientos internos para la selección de candidatos no fue nada transparente, y por el contrario, el tráfico de influencias y la corrupción política se sintieron en la toma de decisiones para determinar a los y a las que fueron candidatos a los más de veinte mil puestos –desde presidente hasta regidurías- de elección popular en éste año.

 

Desde luego que en las alianzas hubo preferentes en los estados, designados desde las cúpulas, obvio desde los gobiernos estatales, y pocos en verdad son los que llegan a pulso propio.

 

Sin padrinos no hay fiesta.

 

Llegan a veces los que no deben estar ahí, y en México tenemos tantos ejemplos incluyendo los que por años, deambulan de una cámara a otra, sin ningún beneficio para la nación.

 

Son posiciones de partido.

 

En las cámaras de Senadores y Diputados es donde se encuentra la representación popular, y se supone que son unos duchos en las cosas y necesidades de sus respectivos distritos y entidades.

 

Unos conocedores de las cosas prioritarias e imperantes para Chiapas, por ejemplo, pero los más callan, y no suben a la tribuna situaciones como el de La Concordia. Y así otros temas que ni tocan, no vayan a herir susceptibilidades cuando, la opinión pública –y la misma presidencia-, despliega en redes sociales versiones e imágenes que están obligados a retomar como representantes populares.

 

Si recordamos, primero se dio la transición en las cámaras federales, en aquel 1988, y aunque no ganó la oposición –pues se cayó el sistema-, la realidad es que fue el primer aviso popular de que las cosas tenían que cambiar y aun con eso, no cambió nada; llegó Carlos Salinas de Gortari y vendió todas las paraestatales del país, a excepción de Pemex y la CFE, y eso por emblemáticas dentro de la historia nacional.

 

Si tomamos ejemplos para significar este tránsito, podríamos decir que en los años transcurridos desde las controvertidas elecciones de 1988 a la fecha, el país pasó de la ausencia absoluta de instituciones y reglas democráticas, a un sistema electoral que cada vez más garantiza la participación democrática de sus ciudadanos a través del IFE hoy INE.

 

Hoy el voto se supone que es confiable, las fallas dentro del proceso son la excepción y no la regla. Y como dentro de todo sistema democrático, el mexicano es perfectible y cada vez será mejor en la medida de la concientización social se registre, lo que se debe de reflejar en la conformación de sus legislativos, estatales y federales, y es ahí en dónde aún, cojeamos, porque lo que no ha caminado al mismo ritmo es la democracia interna en los partidos, y eso influye con mucho en la duda de millones de mexicanos para hacer efectivo su voto, y se abstienen en participar.

 

En términos generales los ciudadanos no saben para qué sirven ni cómo y para qué operan sus legisladores; no se interesan en presionarlos y solo critican su actividad como “levanta dedos”, pero eso sí, siguen a caudillos y líderes que se sienten los portadores de la verdad; por eso el que importa es el que manda: el presidente, el gobernador, el alcalde.

 

Lo anterior se agrava al extremo porque tampoco hemos vivido la profesionalización y el reforzamiento moral y ético de nuestra clase política, la que aún es corrupta.

 

Porque la corrupción no se elimina por decreto.

 

Lo vemos en el pequeño escenario electoral con las impugnaciones a los triunfos morenitas por el país, tratando tanto de manchar el triunfo como de ganar en los tribunales lo que no logran en las urnas.

 

Pero bueno, en breve, el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación desahogará sus pendientes, para que el INE ya entregue tanto actas de mayoría como distribuya las plurinominales de la discordia, al generar sobre representación a favor de Morena y aliados.