Desde luego que hay exceso de protagonismo en aras de no desinflar la burbuja creada con el triunfo de Andrés Manuel y en general de Morena, que ha ganado presencia entre las clases populares del país que no dejan de confiar en que “ahora sí”.
Muy aparte de que no le alcanzó el sexenio para terminar la corrupción que era el objetivo de la cuarta transformación, esta que digan lo que digan México no se va a alejar del neoliberalismo internacional, empezando porque es parte del T-MEC, además de que ya tenemos los ejemplos hemisféricos de Venezuela o Nicaragua, naciones que pierden mercados a sus productos, mientras se retiran inversiones complicando seriamente sus economías, y todo porque un par de megalómanos mandatarios mesiánicos no quieren aceptar que sus gobiernos son fallidos.
Sin embargo la buena señal en México es que el tabasqueño presidente, detiene o consulta sus propuestas -o sea no las impone como Maduro u Ortega-, cosa que le deben entender sus seguidores pues, “una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa” como que dijera Carlos Monsivaís, es decir que una cosa es campaña cuando la lengua no tiene hueso y otra, sentarse en la silla del Tlatoani, desde la que ya no se pueden -ni deben- decir y hacer acciones que comprometa los derechos de millones, pues esas determinaciones equívocas le han costado mucho al país que, con riquezas abundantes tiene pobrezas profundas, en una contradicción que no se entiende sino se culpa a la corrupción y sus enormes fugas, grietas, por dónde se va esa riqueza.
Contrariamente a toda la escenografía antes de la entrega-recepción de la presidencia -que es de por sí inusual, armoniosa y sin asperezas: nunca había pasado-, en las entidades el estilo se ha matizado por parte de los gobernadores electos, que muestra que el que se va no se lleva muy bien con el que queda, y en la campaña aplicaron mucho el “fuego amigo”, nada más por complicarle la llegada a su sucesor.
¿Habrá cobros?
Difícilmente: éste sexenio debe terminar administrativamente, perfecto.