René Delios
Más que imagen, genera morbo: ¿Se trata de ganar el debate presidencial o presentar los planteamientos que en realidad permitan mejorar las condiciones en que se encuentra el país?
Hace un sexenio, un día como hoy, apunté en una entrega que no le iba alcanzar el sexenio ni a Rutilio y ni a Andrés Manuel –como a ERA o Sheinbaum, tampoco- para resolver o subsanar las demandas, necesidades y urgencias de la entidad y el país; eran momentos en que la expectativa sociopolítica por Morena y sus candidatos, gravitaban alrededor de López Obrador, inflando mucho la prospectiva de su gobierno, el que fue atacado de inmediato por los conservadores que veían en él a un comunista y populista, y al que sin más opción esa oposición reaccionaria, le ha ido copiando modos y formas en su temática de campaña, en especial en lo referente los apoyos sociales.
A diario, y durante todo el sexenio, López y sus políticas han merecido una campaña de desprestigio, sistemática, infame, sin sustento, acusando de que se hunde económicamente el país, cuando el peso esta estable, crece la industria de la transformación y como nunca el intercambio comercial con EU y Canadá, igual andan los índices de la IED –sea por el Nearshoring u otros motivos-, y llegan remesas sin precedentes al país –pues repunta el empleo en EU-, y lo minimizan en aras de que la gente no lo reconozca cuando, todo eso, beneficia a productores, industriales, comerciantes, pues es baro que usa la base social como consumidor de lo que internamente se produce, de ahí la necesidad de mejorar el poder adquisitivo.
Pero los tíos del neoliberalismo insisten: México se hunde.
¡Chulada de gente!
Pero hablemos de la intolerancia, la patética por incongruente mientras pregona las libertades.
El intolerante calla a terceros –o sea, al pueblo-, pero emite sus inquinas por la vía de sus segundos –escribamos, voceros-; así, mientras no escucha a sus opositores, e igual los descalifica.
¿Es eso una actitud democrática?
Porque la democracia tiene entre sus barajas doradas, la jugada grande de la pluralidad, que permite que la voz de los menos se escuche igual que la de los más, en especial en las cámaras legislativas; esto es que, los representantes populares de los partidos minoritarios, pueden exponer en tribuna sus argumentos al mismo nivel y calidad -si la tienen-, que los representantes mayoritarios, y en ocasiones, son hasta decisivos en las definiciones, ante una votación equilibrada.
Por eso ya no debe haber partidos hegemónicos; por más de setenta años pasó eso con el PRI, y no se debe permitir con Morena, aun la gran mayoría no se forjó en esa neo izquierda; Morena es una centro izquierda moderada –dicen-, pero también tiene doble lenguaje, incluyendo los viejos vicios priistas que lo inundan –eso es sabido como observado-: el institucionalismo a ultranza, en especial al presidente, sigue vigente, la cobertura de consultas y encuestas -para hablar de democracia partidista-, se practica como transparente, aún se dé la imposición de candidatos, y los recién llegados ahora manejan un lenguaje por lo pobres –que es la consigna de la llamada 4T-, que no practicaron nunca.
Digo, porque ya se acaba el sexenio y las cosas ni por asomo se resolvieron al cien.
Decirlo sería, se insiste, demagogia.
Pero esa intolerancia se observa también en las mañaneras, en especial en contra de los críticos de la autollamada 4T.
Si bien es cierto que hay criterio parcial en las televisoras, cadenas radiofónicas, medios impresos, también hay criterios sustentados en el Excélsior, Televisa, Cadena Raza, por citar tres ejemplos de tantos, y cuyos periodistas son cortados con el mismo racero por la voz presidencial cual portador –él- de la verdad, y no es cierto.
En cada rubro, sector, nivel, región de éste país, hay diferencias en algo: problemas sociales, económicos, políticos: no vamos bien aún como para presumirlo.
Pero la intolerancia también esta en la oposición: reaccionaria –e iracunda, como Noboa, el ecuatoriano reaccionario-, no razonable; se desgarran las vestiduras por todo, aun sean parte de los cimientos, cuando acusan que México es un caos y no es cierto: los problemas están porque esos gobiernos lo permitieron en su momento; no se puede esconder lo que dañaron: instituciones y políticas: redujeron la ley a instrumento de sus intereses, y minimizan todo lo que demuestra esa responsabilidad social.
Les guste o no -a esa oposición-, se superó el tope histórico –que era de Peña, no de Fox, no de Calderón- de inversión directa extranjera, el peso es estable, la industria de la construcción se fortalece, casi se producen un millón de autos en dos meses, y hay otro buen de opiniones de agencias e informativos mundiales en materia económica que al tabasqueño no le interesan, porque no hablan de él, sino que atribuyen esos logros a otros factores del comportamiento mundial de la economía, incluyendo que México se esta haciendo cada vez más atractivo para las transnacionales por su mano de obra barata, sus incentivos fiscales y desde luego, su cercanía con EU y Canadá, como parte del mercado más grande del mundo, mientras se trabaja -que esperemos resulte, neta-, por crear un súper convenio con China.
Bueno fuera, pero es complicado.
En medio de todo eso, la megalomanía del mandatario es memorable, y esta choca frontal con los conservadores –a los que provoca, azuza-, que se sienten como despojados de sus mercedes y privilegios: son como los desheredados del sexenio.
Y así, semana con semana, mes a mes, inventando polémicas, desde que inició el sexenio, en el que por cierto, a la oposición no le ha ido muy bien, y ahí están las cifras electorales, las duras, que no quieren leer, como no quieren entender que, así como van, realmente no van a ninguna parte.
Así que ni al caso se coloquen triunfalismos innecesarios con eso del debate -¿Debacle?-, político entre las aspirantes presidenciales, más realizados para el morbo o la decepción –encubiertos del pretexto ese de que son de interés público-, que para el convencimiento y la definición, pues la gente, el barrio, la banda, ya tiene bien definido por quien.