René Delios
Hubieron de pasar ocho presidentes y 17 secretarios de Educación, para que la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación pudiera hablar con un presidente de México.
La CNTE tiene razón en cuanto el para qué moderó AMLO la reforma educativa de Peña Nieto si no se contempló al cien los planteamientos por los que el magisterio ha luchado desde 2014, en que fueron aprobadas las llamadas “Reformas Estructurales” por aquel “Pacto por México” –que ya se volvió electoral-, que aprobó catorce rubros: Reforma Laboral, Reforma Económica, Reforma en Telecomunicaciones, Reforma Financiera, Reforma Hacendaria, Reforma Energética, Reforma Electoral, Reforma en Transparencia, Código Nacional de Procedimientos Penales, Reforma en Seguridad Social y Reforma Educativa.
Ya son 44 años de vida de la organización magisterial disidente, en la que destaca la masiva participación de mujeres en las movilizaciones, en sus estructuras y al frente de la representación sindical, pues tres de los seis secretariados generales de las secciones de dominio de la CNTE, son maestras.
Aparte de que hay una creciente participación de las profesoras indígenas, incluso como oradoras en los mítines masivos, como sucedió en el zócalo de la Ciudad de México en meses pasados.
Ya es sabido que la CNTE se fundó en diciembre de 1979 en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, y sus representantes no se eternizan en el poder, y concluyen su periodo y se van, permitiendo la suma de los jóvenes docentes: de ahí que se llamen democráticos, evitando caer en los mismos modos que el SNTE.
Su fortaleza, por eso, es real, e igual hay los que se han aprovechado y desde sus plataformas, se han proyectado a las lides partidistas y gubernamentales.
Pero esa es otra historia.
La que nos ocupa es que tan solo en el sexenio, hay rezago en pagos, el salario magisterial ha perdido poder adquisitivo, en muchos casos –más de los calculados- sus condiciones de trabajo son paupérrimas –y hasta de riesgo-, y aun sean egresados de posgrados, su salario sigue siendo muy bajo.
El punto es que en la primera negociación luego de tres años –la otra es para el 15 de abril-, se acordó “tirar” lo que quedaba de la ley Peña en educación, pues la de la 4T mantuvo lo del régimen laboral de excepción para el magisterio, y con ello tronó la bilateralidad en las negociaciones laborales, disfrazó la calidad de la educación en el concepto de excelencia y lastimó la dignidad laboral, salarial y profesional de los docentes a través de la Unidad del Sistema para la Carrera de las Maestras y los Maestros.
¿Nueva Escuela Mexicana?
Suena bonito y en su planteamiento no es mala, pero cojea.
En este nuevo modelo se habla –decía- de una excelencia educativa que no se puede dar sin calidad -la que no se logra con proyectos de escritorios-, y en cuyo proceso debe ser tomado en cuenta el magisterio ¿si no, cómo?
“La Nueva Escuela Mexicana” se enfoca en características diferentes del sistema anterior, ciertamente, pero dejó aspectos laborales pendientes, muy aparte de que la “Formación del pensamiento crítico y solidario de la sociedad, así como el aprendizaje colaborativo”, debe aterrizar tal cual en los planteles y no solo en la letra: realmente en las primarias y secundarios no hay y ni se promueve –y los padres de familia no tienen el varo para comprar literatura, por ejemplo- un “Diálogo continuo ¿entre? humanidades, artes, ciencia, tecnología e innovación como factores de transformación social”.
Y así, otras cosas muy bonitas que no se dan y eso, es bloff.
Esperemos que cuando concluya éste nuevo periodo de negociaciones CNTE y Gobierno –o al revés, para no herir susceptibilidades- se ocupen en mostrar el verdadero rostro de esa excelencia y calidad en educación básica, lo más real posible –pues al magisterio no se le puede evaluar, pues dicen que eso es intimidatorio-, y el gobierno federal haga su parte en infraestructura y otras responsabilidades, y ya luego que se ocupen de la democratización sindical, porque en eso se van a llevar otros dos sexenios de pleito.