René Delios
Ha sido notorio en medio –tanto el último cuarto del pasado, como el primer cuarto del presente- siglo chiapaneco, que las oligarquías anquilosadas se acomodan a los modos no solo del partido gobernante, sino al gobernante mismo, sea de la factura que sea, y transitaron -y transitan sin problemas-, de un priismo rancio pero institucional, a un perredismo sin convicción y poco oficio político, y ni tuvieron rubor en acomodarse a un verde ecologista inmaduro y cínico, como ahora a un morenismo confuso que gana vía voto, pero exponetes que son los mismos que desde el inicio del siglo, ha ido cambiando de partido, en busca -eso sí- de “servir a Chiapas”.
Mucho del protagonismo de ahora, incluyendo al gobernador y al candidato de Morena, no tiene su origen político en la izquierda, pero se formaron políticamente en ésta, primero en el PRD y desde 2014 en el partido guinda, que es la fecha en que Morena logra el registro oficial ante el INE, e inicia el desarrollo político de un partido de oposición en ese entonces, de tendencia neo populista -que no comunista-, como no se ha visto en América Latina, y al que solo le bastaron cuatro años para ganar la presidencia del país, y seguir logrando cobertura en las entidades que lo conforman, a grado tal que hoy es gobierno en 21 estados de la federación, y otras dos gobiernan sus aliados: PES y PVEM, y ocho la oposición: dos el PRI y seis el PAN.
En este 2024, Morena cumple diez años de alcanzar su registro federal.
La cuestión es que a nombre de la democracia y al calce de sus normas, esa clase política chiapaneca medra con distintas camisetas desde el inicio del siglo, y no les da vergüenza hablar de la justicia social y de la transparencia administrativa que no han practicado nunca, y es por eso que sin ningún rubor, le rinden pleitesía a Eduardo Ramírez que se deja querer para favorecer la unidad en torno a su propuesta, que es cosa muy distinta a que ignore quien es cada cual y sus para qué y para dónde de ir con la nueva ERA.
Aun es difícil que se dé la democracia plena en una tierra caciquil, en la que la corrupción política es clara dentro de los partidos, incluyendo a Morena, que se ha ido nutriendo de “migrantes” nada recomendables, que la vieron fácil ingresar a sus filas y postularse, como si la base social no conociera quien es quien, y aun así se dan sorpresas como la de Tapachula, en dónde gana quien aparentemente tenía menos posibilidades, por ser un político sin carisma y sin antecedentes de valía, pero ganó la encuesta para alcalde, en tanto en Tuxtla fue lo contrario, y la ganó el menos popular –según- al que la gente se le fue encima por pretender tirar árboles frente a parques populares de la ciudad, bajo el esquema de “menos puentes más ciudad” y como que se les olvidó y pues, serán –Yamil y Ángel-, los que gobernarán el próximo trienio en Tapachula y Tuxtla.
Regresando: la indignación –o resentimiento social- es lo que más externan aún los mexicanos a la oposición, que es la que ahora se dice la del cambio, y se la pasa destacando la enorme corrupción –que no se elimina por decreto, es cierto- que aun asola a la administración pública y que medra el progreso de los mexicanos, y con ello el de la nación.
Si no hubiera corrupción no es posible el crimen organizado, y eso en México o en Estados Unidos, Rusia o China, Dinamarca o Venezuela, es igual: hay contrabando de drogas, con la diferencia que en México, se disputan plazas, rutas, y eso descompuso el carácter clandestino de ese crimen organizado que generó secuestros, “encargos”, robos, extorsión.
Da ira entender que esa corrupción gubernamental socavó la estructura social, carcomió la sensibilidad pública y generó flagelos que se fortalecieron ante la indiferencia del poder, que hasta se ha coludido con el crimen organizado –Léase: García Luna-, que mantiene en la zozobra a ciudades completas desde el norte, pasando por centro, las costas y hasta el sureste del país, y se reflejan más en los homicidios dolosos que en el tráfico de estupefacientes, que es una labor clandestina.
Todo ello ha generado una impotencia social que clama a cambios políticos y de políticos –con sus políticas-, pero de nada servirán sino se registran antes los sociales, mucho más complejos y lentos, y que dependen mucho de la educación, la familia, la honradez y el verdadero compromiso –o valor cívico- para hacer valer la vida institucional entre pueblo y gobierno, que permitan desde el individuo mismo ponderar el estado de derecho, que a veces, solo a veces, parece romperse.
Y es cuando desde la oposición –que finge demencia- dicen que desde la federación hasta los estados, los gobiernos de Morena son pésimos, y se desgarran las vestiduras a diario con argumentos “sólidos y fehacientes”, de que todo lo que afirman es cierto.
El punto es que la denuncia hay que probarla, pues cada semana tenemos polémica -la presente tiene de tema estelar al “narco presidente”-; y dicen, señalan, afirman, y para los medios “informativos” y replicadores en las redes sociales, basta que la referencia la emita “fulano de tal” para que sin corroborarla, la difundan como cierta, lo que para nada es información veraz, y bueno, cada ataque desde que es gobierno la 4T –e incluso desde la campaña presidencial misma-, ha sido sistemática y nada más no le han bajado presencia a AMLO y a Morena como afirman, e incluso sostienen que, la imagen del mandatario va a la baja, y muy aparte de que ya se comprobará esa hipótesis en las elecciones federales de éste año, está la realidad de que la animadversión del conservadurismo a lo popular sigue siendo recurrencia en la política mexicana, pues lo de hoy no es nuevo -lo padeció Francisco I. Madero-, y lo ha vivido cada presidente que llega “con cambios de fondo” –Cárdenas, López Mateos, también-, en ese afán irremediable de reinventar a México cada sexenio, y en cada gobierno llegan sus integrantes con la panacea del combate a la corrupción, que esperemos en ésta sea en serio, y ha de ser pues no es gratuita la reacción de las oligarquías depredadoras del erario, que se sienten como despojadas, y lo expresan desde sus medios masivos con inquina, pero sin efectividad.
Y lo saben en todos lados, incluso en España, desde dónde el Vox –partido de ultraderecha- señaló que apoyará a la derecha panista de México, aunque reconoce que su candidata nada más no levanta.
Y es que la señora Gálvez ha caído en la misma frecuencia que sus padrinos, que es hablar mucho –vía redes, consorcios televisivos, impresos, cadenas radiofónicas- y convencer poco.
Porque una cosa es que se registren cosas de la 4T que decepcionan –como en Morena al aceptar priistas-, y otra es que la gente vuelva a votar por el PRI o el PAN –el PRD no existe- por pura decepción.
Eso no va a pasar, y para el pesar de esos partidos repartidos, ahí está el recurso del abstencionismo, que es también reflejo de la elección, y que ya merece una seria interpretación política, pues es consecuencia multitudinaria que manifiesta no les gustan las actuales expresiones políticas.
Pero eso ya será tema para otro bodrio.