René Delios
Toda protesta de inconformidad si se sustenta en la realidad, en los hechos, es válida, muy aparte de que sea ciudadana o gremial.
Si se sustenta a causa de un daño social, pues hay que acuerpar la idea, pues es a beneficio de todos, y sí se quiere con la máxima de “juntos, pero no revueltos”, en caso de que las causas no sean del todo comunes para la población, por ideologías si coincidentes, como en el caso de las marchas feministas por la violencia en contra de la mujer, y cuyo método vándalo no comparten muchas, pero sí el motivo que lo causa.
El punto es que se han dado marchas y bloqueos de inconformidad de todo tipo, y en algunas se genera la violencia, lo que demerita la causa como ha sucedió en no pocas ocasiones, generando incluso lesiones a terceros, y desde luego, destrozos en propiedad privada o del gobierno, que llaman más la atención que el objetivo mismo de la supuesta demanda.
Es cierto que la pobreza está presente, pero ¿Justifica desestabilizar a una población por eso? Tenemos el caso de los feminicidios –decía- que no bajan -y que representan casi el diez por ciento del total anual de homicidios en México cada mes-, lo que ha motivado movimientos de protesta cada vez más radicales, y eso ha generado que merezcan descrédito al modo, no a la causa de la inconformidad.
Igual en zonas indígenas, en dónde se presentan problemas entre grupos que se disputan el poder local; es disputa cupular, no de la población, lo que se llama caciquismo, que igual se debe someter al imperio de la ley, pues bloquean caminos, encierran gente.
Los indígenas no son idiotas: saben bien lo que hacen, pues lo planean con alevosía y ventaja.
La otra es que en medio de ese oportunismo -sea social, gremial o político-, desde luego que aparecerán personajes, sectores, grupos, gobiernos, que llevan doble propósito so pretexto de la causa, y ni les importa las consecuencias con tal de lograr sus propósitos.
Y eso se ve en todos los ámbitos: hay mala calidad de la política, y la aplican aun sea claro el mal de origen, desde una comunidad indígena que quiere imponer qué pensar -sobre todo en lo religioso- a sus habitantes, de acuerdo a sus usos y costumbres –que ya son manipulados a modo-, que han servido para pisotear derechos humanos bajo la complacencia del gobierno, hasta permitir los abusos de los normalistas de Mactumactzá por parte del gobierno estatal, aun afecten a terceros, o en el caso de las mujeres que destruyen patrimonio nacional so pretexto de que las matan, cuando en este país matan nueve veces más hombres al año y no marchan para destrozar la propiedad pública o privada, y ya en el colmo, usar eventos de lesa humanidad como la desaparición de normalistas de Ayotzinapa, en una protesta en la universidad Iberoamericana, reclamando justicia a Morena, cuando ese partido no era gobierno.
Pero igual en la de altura, la presidencia de México y su parafernalia de culpar al pasado, cuando aceptó el reto de eliminar la corrupción en -y hacer progresar a- México, y nada más no la va a cumplir en un sexenio demagogo, o en la internacional, con la parafernalia de un EU reclamándole a México que los inunda de fentanilo, cuando una cosa es que se trafique y otra que su gente, la consuma, aparte de no aceptar que sus fronteras son porosas y su gente es la más viciosa del planeta, aparte de la más sucia, pues en nombre del lucro venden armas a quien sea, incluyendo a los narcos de México –y eso sí el departamento de estado gringo lo calla- o se inventan a nombre de su soberanía, leyes xenófobas como la SB 4 de Texas, y en el extremo se fabrican una guerra como la de Ucrania, so pretexto de la geopolítica -o sea, la expansión de la OTAN- lo que sabían iba a ser inaceptable para Rusia, que de siempre ha sido expansionista ¿O no se acuerdan de la URSS?.
Y así, desde una comunidad indígena, pasando por todos los niveles de mando en el país, y hasta en las cúpulas del mundo, manipulan la política a modo, en perjuicio de los pueblos o el hábitat.
Todo por tener el poder por el poder.