René Delios
Desde luego que si no se ven boyantes las mejorías en la nación, se debe a que de a cómo lo dejaron fue de lo peor, y no es nada fácil superar primero la corrupción y luego cuadrar programas y proyectos para ello, y aún con eso el presidente no tiene de otra que defender su gobierno como sea, de la misma manera que lo han hecho sus antecesores con todo tipo de populismos que ahora solo le ven a AMLO sus adversarios enconados, pero que más que la verdad la han practicado desde siempre priistas y panistas que han pasado también por apoyo de becas, madres solteras, tercera edad, changarros –mega demagogia-, tarjetas rosa, cruzada contra al hambre –otra- y demás parafernalia como lo es hoy sembrando vida o apoyo a jóvenes emprendedores.
Ya a finales del sexenio la oposición no pide la renuncia del presidente de México, y parte de ella –salvo la derecha y ultraderecha recalcitrante- ve con real preocupación que su candidata no levanta a los niveles que quisieran, para que las estructuras de poder recuperan sus mercedes, sus privilegios, sus ganancias y sus posiciones.
Regresar al establishment.
La cúpula política y empresarial se sirvió con la grande y arribaron los llamados científicos al poder, cambiando números por estadísticas, y aplicando una política piramidal que no dio resultados, y se minimizó lo que la gente padecía y todo se suscribió a referencias tales como “éste año se redujo 2.4 la pobreza”, cuando la realidad es que la explosión demográfica creció en un dos por ciento y así ha sucedido desde que inició el tercer milenio, por lo que los triunfalismos gubernamentales, del color que sean, no han sido suficientes como tampoco lo presupuestos federales a lo largo del siglo XXI.
Pero la súper estructura económica -se insiste-, creció y muy bien en 18 años; se fortaleció y pudo invertir en el exterior: nacieron nuevos ricos mexicanos -nivel la lista de Forbes-, pero también la marginación de regiones completas del país, a niveles de subdesarrollo humano tipo Uganda, en una contradicción que en sí misma, reflejaba el origen: la corrupción, la falta de distribución de la riqueza de éste país, que tiene bastante en lo renovable y no renovable.
Una corrupción que usaba los recursos públicos y la propiedad del estado a motu proprio, para el beneficio del sistema imperante, a grado tal que mereció la referencia de estar entre las cinco naciones más corruptas del mundo.
Desde luego que la culebra se retorció de dolor cuando le cortaron los suministros.
Y sigue con sus estertores en la medida en que se van cerrando los glifos a la corrupción, alimaña que despliega toda una campaña en contra del mandatario mexicano, al que considera el origen de todos los males actuales cuando, eso, no es cierto.
¿Han oído hablar sobre que la anarquía se vuelca en contra de quien la genera?
Por fortuna en éste caso se da de manera dócil, lerda, decepcionante: era tal la corrupción que generó hartazgo popular; surgió un personaje que lo capitalizó a lo largo de tres sexenios, hasta que logró ganar la presidencial.
Hoy hay los que lo quieren tumbar e incluso verlo muerto ante la posibilidad enorme de que la 4T siga vigente otro sexenio.
Es tal el resentimiento que se escucha en comentaristas de la televisión, analistas de diarios y revistas, incluso “especializadas”, en una forma que parece hasta personal, reclamarle al tabasqueño su mal gobierno, pero la manera aberrante se da en las redes sociales, y todo porque AMLO separó la acción del estado con sus intereses económicos.
Pero están los otros, los que le reclaman justicia, decepcionados que no haya enviado a un buen a la cárcel o sancionado de alguna manera ejemplar, a todos esos que tomaron lo que no era suyo.
¿O no?
Ha, es cierto: queda el garante de la democracia: el poder judicial, al servicio neoliberal.
Y todo porque afectó intereses: el de los medios de comunicación que dejaron de recibir millones y millones de pesos por “publicidad”; el de las farmacéuticas que dejaron de venderle al gobierno medicamentos a sobre-costo y de mala calidad; el de políticos que dejaron de recibir sueldos, salarios y pensiones millonarias; el de miles de organizaciones como Antorcha Asesina, que dejó de recibir millones y millones de pesos en ayudas que ahora se dan directamente al pueblo; el de petroleras que ya no pueden aplicar gasolinazos a sus gusto y antojo; el de los que dejaron de recibir dinero del presupuesto para sus estancias infantiles con millones de niños fantasmas, pero que cobraban por ellos; el de empresarios que evadían impuestos, generaban facturas falsas y violaban descaradamente la ley federal del trabajo; el de sindicatos que ahora por ley son obligados a respetar sus elecciones con voto secreto y no a mano alzada; el de aquellos que la UIF se les ha vuelto una pesadilla por congelar las cuentas de empresarios y políticos por narcotráfico, por fraude, por extorsión, por evasión, por pederastia, por pedofilia, por contrabando, por lavado de dinero, por peculado.
Pues eso es parte de las ardidas, aunque desde luego el presidente también ha hecho lo propio para que sus proyectos no despeguen, empezando por Texcoco, que solo se tenía que sanear, pulir, como pasó con la ampliación del puerto de Veracruz, del que ni se habla, y que también es obra que autorizó Peña, pero que no se tocó.
El presidente con el caso Texcoco se enfrentó con todo a la estructura neoliberal priista y la conservadora panista: los desafió y les ganó.
Tan les gana que México es la prospectiva para el cierre de la década en América Latina, en materia de relocalización, lo que no es poco decir.
Por eso el 2024 es otra historia e histeria que valorar: es electoral, se renueva el sexenio, y se consolida la 4T.
Al menos toda la prospectiva lo indica.