Editoriales

29/septiembre/2022

 

En las tribunas de la nación, aun sean federales, no hay demócratas, menos nacionalistas; si lo fueran ese poder legislativo fuera verdaderamente independiente y no pendiente -o pendiendo- de las ordenes del palacio de que se trate, interpretando “fielmente” las políticas del Ejecutivo; eso ha sucedido de siempre, y es por eso que para los ciudadanos son los famosos -o ignominiosos- “levanta dedos”, aunque se han notado excepciones, pero es verdaderamente raro que un legislador del partido del presidente, por ejemplo, lo cuestione, salvo se retire de esas siglas.

 

Ese institucionalismo a ultranza al presidente lo acuñó el PRI y lo siguió practicando el PAN, y desde luego se ve hoy en Morena, pues la bancada sigue al pie juntilla la política de que, en lo posible, las propuestas presidenciales pasen tal cual por el pleno.

 

Si el pueblo notara que sí son legisladores por México tendrían el apoyo popular, pues serían -no nada más en lo jurídico como ahora- considerados sus representantes ante la federación, pero se han ganado -a pulso- el beneficio de la duda.

 

¿O no?

 

La decepción por la representación popular ya no por partido, sino por distrito, es evidente; nada se sabe a la fecha -por ejemplo- que ha hecho la representación chiapaneca como tal, porque en lo individual no tiene caso: un legislador no otorga, gestiona y hasta ahí, en su caso. Pero como tal, la representación chiapaneca se fracciona de acuerdo al partido que pertenezcan, no trabajan al unísono por la entidad de la que provienen.

 

Eso no pasa.

 

¿Porqué?

 

Porque son antes diputados de partido, pero se autonombran representantes populares.

 

La impopularidad de los legisladores es de años, como también, cada año, decepcionan, y ya ni se diga en los legislativos locales.