Editorial

10/enero/2022

Definitivamente ya no puede pasar más tiempo, y 2022 debe ser el año de consolidaciones de los proyectos de la llamada cuarta transformación, sobre todo, manifestar logros que se vayan interpretando en todos los rubros de la vida económica y social del país, es decir, crecer.

 

Y crecer con seguridad, sin especulación, de manera evidente para generar la confianza de los inversionistas, tanto nacionales como extranjeros, una vez que el circulante empiece a surtir su efecto, y los programas asistenciales en verdad sean de beneficio, y no paliativos qué si bien apoyan el combate a la pobreza, no han servido en sexenios para reducirla.

 

El 2022 es un año clave para el gobierno de López Obrador, pero también presentará otros matices, entre ellos las elecciones en Durango, Aguascalientes, Hidalgo, Tamaulipas, Oaxaca y Quintana Roo, seis entidades que medirán el pulso político a mitad del sexenio, según los especialistas, y que dejarán un perfil definido con rumbo a las elecciones federales de 2024, e inicia el periodo conocido como la sucesión, en que los partidos miden dentro de sí, quienes podrían ser los probables a la candidatura, propios o en coalición, en éste caso para hacerle frente a Morena, que ganó las federales intermedias, tanto en la cámara federal como en las estatales, pues mantiene la mayoría relativa en San Lázaro y ganó once de quince entidades que se disputaron el año pasado.

 

Así que minimizar las elecciones 2022 no tiene caso, y menos si la mayoría la gana Morena, pues si son tres de seis a disputar llegaría a 20 gubernaturas en su haber, en solo cuatro años, gobernando las dos terceras parte del país, lo que no es poco decir, y si de alertar a sus adversarios.