Editorial

13/mayo/2021

 

La ciudadanía tiene derecho a la libre manifestación de sus ideas, como a la inclinación al culto que prefiera, y esos son derechos de los seres humanos que tienen que ver con los sentimientos y las emociones, desde luego razonadas y aceptadas a voluntad, que deben no sólo respetarse, sino también protegerse.

 

Por esos derechos -que incluye los ideológicos- ha sido mucha la gente que ha dado la vida por todo el mundo, y lamentablemente sigue sucediendo la censura, la persecución, la intolerancia, y en esto tienen que ver también un gobierno o partido o crimen organizado; sus elementos están contaminados por la corrupción y la prepotencia, como sucede en casi todas las corporaciones policíacas -que cuando deben respetar la ley- abusan de un ciudadano con toda impunidad, violando sus derechos humanos.

 

Y por más que se haga público, la más de las veces ese o esos uniformados no son removidos ni sancionados, salvo cuando los hechos se hacen virales o de plano sucede algo inaudito, como el asesinato de una señora en Tulúm, Quintana Roo.

 

Pero igual pasa con la autoridad, aún la justificación que expongan, tradicional o político: se violan derechos humanos por imponer modo y uso: lo tradicional, y lo peor, por parte de la autoridad como pasa en las zonas indígenas.

 

Ya se ha hablado mucho de la intolerancia religiosa en nuestro Chiapas, amparada según esto en los usos y costumbres que bajo el argumento que sea, no puede estar por sobre la ley.

 

Ha sucedido de todo en un cuarto de siglo, y desde luego no es privativo de la entidad, pues hará cuatro años un mínimo de 50 personas fueron asesinadas y otras 50 heridas en los tiroteos registrados en dos mezquitas de la ciudad de Christchurch en Nueva Zelanda, por dos muchachos extremistas, lo que denota que no se necesita ser de Los Altos de Chiapas para ser bárbaro y brutal.

 

Pero se tiene que aplicar la ley, se trate de esos extremos o los excesos en las propias manifestaciones e inconformidades que, atentan en contra del derecho de terceros.

 

Nada justifica perjudicar a modo a otros.