Tubo de ensayo

10/septiembre/2020

 

René Delios

 

El pasado 8 de agosto fue el Día Internacional de la Alfabetización, un tema que fue tomando auge en la última década, y que formó parte de los objetivos del milenio a principios de siglo, y que países como México prefirieron no destacar en todos estos años, pues como la desnutrición y la pobreza, va de la mano con la nula posibilidad de oportunidades para el desarrollo individual humano.

La cosa es que desde hace más de 40 años, la UNESCO oficializó la fecha para recordar que la alfabetización es un derecho humano y constituye la base de todo aprendizaje, sólo que fue hasta 2001 en que la campaña mundial arrancó en serio con eso del PNUD-ONU.

Desde luego que en México la estrategia es más vieja: data desde 1990, en que con el método de la Palabra Generadora del brasileño Paulo Freire, se buscó reducir el enorme analfabetismo nacional que se encontró con población monolingüe, y hubo de diseñarse una estrategia que permitiera la enseñanza de la lectoescritura y la matemática elemental, a éste sector de la población que en aquel entonces no resultó tan bajo.

Además del rechazo que presentaron, porque lo hubo, en especial por la edad que, igual se dio en el “mundo” mestizo.

Desde luego que la demagogia y los triunfalismos no se hicieron esperar, y las cifras de pronto, para dos mil, señalaban que en el lapso de una década se habían alfabetizado tres veces la meta propuesta cuando, en los hechos, la realidad era que el avance no llegó ni al 25 por ciento del objetivo, y todo -ya la sabe- a un gasto estratosférico, como en todos los programas de gobierno en materia educativa, que fue encontrando de todo: escuelas no construidas reportadas como completas, carentes de baños o de canchas, y cosas como esas que se quedaron en la impunidad, y que hoy se solventan más con las aportaciones de las cuotas voluntarias que con los presupuestos que no alcanzan.

 

Esa es la verdad.

 

No se descubrió el hilo negro cuando se afirmó que la alfabetización era el eje mismo de la educación para todos, porque es obvio. Además –y he aquí lo interesante- resulta esencial para erradicar la pobreza, reducir la mortalidad infantil, frenar el crecimiento demográfico, lograr la igualdad de género, garantizar el desarrollo sostenible, la tranquilidad social y desde luego la democracia.

Es decir a alguien que sabe leer, no lo engañan las autoridades, no lo manipulan; lo importante es guiarlos qué leer, no qué ver, no qué escuchar, pues ese fue el instrumento de los gobiernos pasados a través de medios electrónicos de comunicación a modo.

 

Ya lo dijo Fernando Savater alguna vez: “la educación es igualadora”.

 

Me subo al tema porque resulta que sin alfabetización no va a dejar de haber pobres, y que por arte de magia en el presente régimen se dejó de hablar de ese y del otro tema de carácter mundial, como son los ocho objetivos contra la pobreza que, deberían haber sido cumplidos en 2015 y nada más no se pudo.

Aún recuerdo la parafernalia: expresiones como “para lograr el Desarrollo Humano”, con Calderón; un sexenio antes, con Fox, se decía “para alcanzar el Desarrollo sustentable”, que no son más que maquillajes a la miseria y la ausencia institucional, y que ya para el sexenio de Peña fue “Desarrollo Integral”.

Han sido muchos los temas que han utilizado para conmemorar o celebrar o explotar el llamado Día Internacional de la Alfabetización. En 2012 fue “La alfabetización y la paz”.

 

¿Se acuerdan?

 

La neta que desde esa fecha debió quedarse, y aunque no me clavé en buscar los slogan de cada año, sin ver no ha habido uno que indique “La Alfabetización y la Corrupción”, porque es evidente que los gobiernos mexicanos no le han invertido el 8 por ciento del PIB que cada cual acordó en una asamblea de las tantas que han tenido en la ONU, y en dónde se llegó a esa firma de marras.

 

Se viera en lo educativo ¿O no?

 

O al revés volteado: es la muestra cuantitativa del porqué el reflejo cuantitativo, o lo que es lo mismo la evidencia del excesivo derroche que se ha hecho en México por una educación que tiene mala calidad, lo cual es tanto responsabilidad de la SEP y sus homólogas estatales, como del magisterio todo, y en eso, no se puede “echar la bola” de un solo lado, pues están en el mismo juego.

 

Y lo dice la ONU.