Editorial

29/febrero/2020

 

En el PRI hay controversia sin sentido.

Su dirigente Alejandro Moreno arremetió contra los tecnócratas de su partido “que perdieron la mayoría priista de diputados en el 97, para luego también perder en el año 2000 ¡la Presidencia de la República!”

Obvio el dirigente se refirió a Ernesto Zedillo y a Francisco Labastida Ochoa, que eran presidente de México y candidato del PRI en el 2000, a los que llamó puñado de cínicos y derrotistas que nos auguran la extinción; que no se confundan y que no se equivoquen, palabras más palabras menos.

Y en lo que sí hay un reclamo serio es que, los priistas que no quieran trabajar con el equipo, pues que no estorben.

Lo que sí queda claro es que las viejas cofradías en el priismo se sienten desplazadas para volver de nuevo a los escenarios, y como se supone que no tienen acceso ahora a las posiciones de decisión, presionan a la dirigencia priista nacional para que conceda como siempre, espacios a negociar.

Si, el famoso tráfico de influencias con que se dan los “palomeados” a candidaturas para 14 gubernaturas, 500 diputaciones federales, 789 legislaturas locales, 1090 alcaldías, que no es poco decir, en más de dos mil cargos a elección popular.

No, no tiene el PRI mucha prospectiva ni en los analistas más optimistas, porque esa es otra cuestión a valorar y a evaluar, en el caso que los decepcionados de la presente administración recurran a otras siglas, o en su caso pasen a engordar las cifras del abstencionismo.