Las crónicas de un continuo despertar 

13/diciembre/2018

 

Arít León Rodríguez

 

“Guadalupe no está pintada en la tilma de Juan Diego sino en la capa de Santo Tomé (conocido por los indios como Quetzalcoatl) y apóstol de este reino. Mil setecientos cincuenta años antes del presente, la imagen de Nuestra señora de Guadalupe ya era muy célebre y adorada por los indios aztecas que eran cristianos, en la cima plana de esta sierra del Tenayuca, donde le erigió templo y la colocó Santo Tomé.

 

“Yo haré ver que la historia de Guadalupe incluye y contiene la historia de la antigua Tonantzin, con su pelo y su lana, lo que no se ha advertido por estar su historia dispersa en los escritores de las antigüedades mexicanas.”

 

Esto lo dijo Fray Servando Teresa de Mier el 12 de diciembre de 1794, durante los festejos del aniversario número 263 le acusó de herejía y blasfemia ante el Santo Oficio, por lo cual se le excomulgó, se le redujo a prisión, se le despojó de sus libros y fue condenado a diez años de exilio en España.

 

Intentó disculparse, pero fue en vano lo que le ocasionó el abandono de sus familiares y amigos y después se promulgó un edicto de condena pública que fue leído en toda la Nueva España.

 

Que de suerte no lo quemaron vivo.

 

La figura guadalupana ha permeado la literatura porque es una de las más representativas de la identidad nacional y la Independencia.

 

Al igual que los indios, “los criollos buscaron en las entrañas de Tonantzin/Guadalupe a su verdadera madre. Una madre natural y sobrenatural, hecha de tierra americana y teología europea”, escribió Octavio Paz en Orfandad y legitimidad.

 

Los conquistadores le dieron mucha importancia a la Virgen María porque en España ya existía todo un culto mariano derivado del Concilio de Trento (1545-1563). Por eso los literatos e intelectuales estaban tan interesados en difundir la tradición mariana entre la comunidad indígena.

 

Con el tiempo, tras la conquista, los criollos quieren demostrarle a Europa que no sólo son iguales, sino superiores tanto es así que Fray Servando Teresa de Mier, intelectual novohispano quiso exigir la equidad social ante la Corona española. Como símbolo de esa igualdad utilizó a la Virgen de Guadalupe. Él decía que la Nueva España estaba arriba de todo porque la madre de Dios así lo había querido. Exaltó el ícono guadalupano como aquél que identifica a México: quiso mostrarle al mundo que la Virgen ya existía antes de la llegada de los españoles.

 

Existe una adoración bastante grande hacia la advocación de la virgen María en México.

 

Tanto es que el Santuario nacional de Guadalupe, el más visitado del mundo con cifras en torno a los 20 millones de peregrinos anuales. Quienes alguna vez hayan participado en las celebraciones en torno al 12 de diciembre de cada año, saben que la Villa y sus alrededores se transforman en una marea humana de fieles que se dirigen hacia el interior de la basílica, que también deja basura, animales abandonados y un caos nada divino, para esperar horas, días, mientras se puede accesar a ver unos segundos la imagen.

 

Somos aferradamente religiosos y sincréticos, pero hay cosas que definitivamente ni por obra divina, cambiamos