Agencias
Desde muy temprana edad, Martín N conocía el sabor amargo de un trago de un bote bien helado, pero su primera borrachera llegaría a los 13 años. La sensación fue tal, que después desfilarían otras drogas como la mariguana, sicotrópicos y pastillas. “Lo que más me gustaba era pistear, tenía problemas en la casa y no me gustaba estar ahí, me fugaba, huía de mi amarga verdad”, reconoce el joven, quien tiene seis años sobrio y participando en Alcohólicos Anónimos.
Poco antes de cumplir 18 años, Martín fue ingresado en una clínica, donde se desintoxicó parcialmente del uso cotidiano de varias drogas. “El día que salí (de la clínica) llegué a AA porque estaba convencido que no era feliz, no llegué precisamente para dejar de beber, lo que quería era dejar de tener problemas”, relata.
Hoy en día, comenta, llegan a la agrupación jóvenes desde los 12 años, aunque para muchos es difícil mantenerse sobrios porque relacionan el alcohol con la fiesta.
“Es difícil porque para salir con una muchacha, en cualquier lado, el alcohol es muy social y aceptado, es difícil porque tienes que alejarte de muchas personas, lugares, tienes que estar suficientemente dispuesto a salir adelante, es difícil encontrar amigos, ya no te puedes llevar con cualquier persona, ahora hay más jóvenes en AA, más amigos que no se drogan, no fuman, ya no hay pretexto, hay de todas las edades”.
De acuerdo con la última Encuesta Nacional de Consumo de Drogas, el 16.9 % de los estudiantes de 5º y 6º año de primaria han consumido alcohol alguna vez en su vida.
Tanto al alcohol como al tabaco se les considera droga de inicio, como ocurrió con Martín. “Yo no quería llegar a AA porque creía que iba a haber puro viejito ‘molacho’, con la ropa rota nunca me imaginé que iba a haber gente igual que yo, de mi edad, AA no es lo que se creía antes, no por ser alcohólico es lo peor del mundo, si no tienen el problema no cuesta nada ir a informarse, si lo tienen es un lugar donde se pueden alivianar”, exhorta.
En sobriedad, Martín encontró lo que nunca pensó llegar a tener: un trabajo, estar a mitad de una carrera universitaria y una novia.
De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, el consumo nocivo del alcohol produce el 5.9 por ciento de las muertes anuales, pues es causal de 200 enfermedades y trastornos, muertes en accidentes e incluso causa lesiones.
Se estima que una persona alcohólica puede dañar a su familia, vecinos, compañeros de trabajo, amigos, e incluso desconocidos.
Pedro, sin haber tomado una gota de alcohol, fue víctima de una persona “amanecida” hace apenas unos días en el cruce de Heroico Colegio Militar y Ciudades Hermanas en la llamada “Faja de Oro” en Culiacán. El accidente ocasionó la pérdida total del vehículo, además de lesiones que tardarán en sanar.
UNA VIDA EN AA
Antonio tiene 36 años acudiendo día tras día a su junta en Alcohólicos Anónimos. Aunque los problemas que lo llevaron a la agrupación se han ido, tiene claro que la enfermedad es para toda la vida. Para controlar sus emociones de felicidad o tristeza, que eventualmente lo pueden llevar de nuevo a la botella, tiene que estar en armonía y eso se lo proporciona sus dos horas de reunión en AA.
“El tratamiento es de por vida, el tiempo no es síntoma de sanación porque las causas que originan la bebida son emocionales, y las emociones se disparan diario, un coraje, una alegría, una euforia, una tristeza, la pérdida de un ser querido, eso emocionalmente lo mueve a uno, ganaste una buena lana, no tienes dinero para pagar lo que debes, son emociones… lo que hacemos en las reuniones de AA es estar preparándonos diariamente para emociones ni muy abajo ni muy arriba, siempre buscando un equilibrio emocional”, destaca.
Cuando llegó a AA, Antonio tenía un matrimonio destruido y otro a punto de desintegrarse. “Dije qué pasa conmigo, a qué se debe, qué tengo, empecé a recordar los problemas que había tenido, caídas a barandilla, los matrimonios, el negocio y los pleitos y los fracasos que había tenido, en todos, en todos estaba el alcohol presente”, relata.
“Me di cuenta que era el alcohol, la bebida, las borracheras y tomé la decisión, tengo que dejar de beber, no sé cómo pero voy a dejar de beber, alguien me puso en contacto con AA”.
Antonio nunca tuvo crudas físicas, pues nunca vomitó, no le daban ganas de beber al día siguiente para “curársela”, no presentó temblores, trastornos ni pidió dinero para tomar.
Al principio disfrutaba las noches de alcohol, pero durante 14 años las cosas se fueron agravando. “Yo si no tomaba no ofendía, no me peleaba, no discutía, me divertía, bailaba, no le faltaba el respeto a nadie, nada más tomaba y me peleaba, discutía, bromeaba muy pesado con la gente ahí me di cuenta”, narra.
Por 1981 había apenas unos ocho grupos de AA en Culiacán, por aquellos tiempos la mayoría eran alcohólicos “puros”, pues no presentaban otros problemas con mariguana, cocaína, cristal, inhalantes o pastillas.
“Uno piensa que los que llegan a AA son los que andan en la calle, pidiendo el peso, apestosos deambulando por las calles, amanecen orinados, siempre se tiene ese concepto que esos son los que deben estar en los grupos, la verdad cualquiera que tenga problemas en la bebida quien no es feliz ni tomando, porque llega el momento que ni tomando se es feliz, si no tomas y no tomas no eres feliz, la vida se vuelve insípida, no le hayas gracia a la vida”, dice.
Una persona que bebe de manera compulsiva no sabe vivir, tiene miedo de enfrentar la vida sin estar anestesiado por el alcohol.
“Antes llegábamos de 30 años, el alcohol y las drogas hacen que las nuevas generaciones toquen fondo más rápido, sufren más”.