Tubo De Ensayo

13/febrero/2020

 

René Delios

 

Todos saben que hay un político que pretende que se le identifique como el más honesto en México, y ese es sin ninguna duda el presidente Andrés Manuel López Obrador.

En ese intento el tabasqueño actúa como si no escondiera nada, pero hay asuntos de Estado que nada más no se lo dicen al pueblo.

Ya sabemos que llegó en la tercera candidatura presidencial en la contienda del 2018 a la que le asistieron más de treinta millones de personas que fueron mucho más de los que ahora lo critican con todo, en el ánimo de desbalancear o desestabilizar, o protestar  en contra de su gobierno, al que consideran inepto, incapaz, senil, y demás descalificativos incluyendo insultos que exhiben más a los exabruptos que al mandatario.

Neto.

El caso es que aún todo eso, y lo que a diario se acumula –igual le pasó a Peña y mírenlo, gastando la paga, tranquilo-, a Andrés Manuel no le hacen mella.

Sigue gobernando, decidiendo, imponiendo, como siempre se ha hecho en México, en la megalomanía presidencial de llegar a la silla del águila y creerse el gran Tlatoani, y determinar hasta una forma de gobierno porque él, como aquellos emperadores de otrora, puede decidirlo e incluso –solo falta- a qué deidad adorar.

Pero el señor no está equivocado en que, los anteriores modelos de gobierno nada más no sirvieron, y que solo beneficiaron a una súper estructura corrupta, empresarios y funcionarios, políticos de paso y hasta a extranjeros, que a través de empresas leoninas se llevaron por años miles de millones de dólares en petróleo, miles de millones de pesos en programas, miles de millones de pesos en saqueos.

¿Qué les gusta? ¿Cinco sexenios? ¿Treinta años?

Al ocho por ciento de presupuesto anual –según la UNAM-, que es lo que se le calcula como costo a la corrupción: 850 mil millones de pesos anuales por treinta años, o en el extremo sesenta, porque sucedió.

Pero el de Macuspana solo emite hechos, circunstancias que a nosotros nos cansa, pero a los jodidos no: es como un martilleo, y desde luego allá en los municipios, en dónde los alcaldes que entraron con morral salieron con la Lobo.

¿Cómo los van a hacer cambiar de opinión?

¿A golpe de memes, insultos, descalificativos?

Para esa gente lo que huele a PRI, a PAN y anexados, es corruto, más si los beneficios paternalistas les llegan sin consignas, sin compromisos, directos, sin mediar líderes que aparte, también, les pedían consignas y compromisos.

¿Capean?

Por eso AMLO no requiere pagarle a los medios cantidades fabulosas de varo –Peña gastó once mil millones en su último año de gobierno-, pues la cobertura en redes contrario a bajar se incrementa, y bien harían los estrategas en su contra de idear otra cosa, porque igual llega fuerte al 2021, cuando la idea es otra.

AMLO dijo en campaña por si alguien no lo había entendido, que ni él ni Morena caminarían por la misma banqueta política o electoral que el PRD, e indicó que la directiva del Sol Azteca está integrada por un grupo de traidores que decidió hacerle el juego al presidente Enrique Peña Nieto al participar en “eso que se llama Pacto por México, que en realidad es un pacto contra México”, dijo esa vez inspirado.

Ya sabemos que las cosas de campaña son una cosa y de gobierno otra, lo que se conoce como asuntos de Estado, y eso incluye la estabilidad interna del país, la seguridad de su fluidez económica, obvio la política y ello implica negociaciones, ásperas a veces, pero se dan al fin y al cabo.

Ahí están los empresarios, industriales, constructores, comerciantes, buscando acercamiento: el T-MAC es un hecho, se firmó, y ni Trump ni Trudeau, vieron en AMLO al populista tipo Maduro que tanto dijeron, y ahora, esos mismos, corren el riesgo de quedarse a fuera de comercializar sus productos –o sea, caer en desgracia- en el mercado más grande del mundo, todo por andarle haciendo caso a Gustavo de Hoyos, el ultraderechista líder de la Coparmex.

Alguien me dijo que AMLO ante esas posiciones recalcitrantes llegó y midió fuerzas con esa clase dominante que aseguró que de tres patadas lo iban a sentar: él les canceló el aeropuerto de Texcoco –cuando solo ameritaba sanear lo irregular-, y se las ganó; les impuso su sello en el centro del poder mismo, la Ciudad de México, con el de Santa Lucía, y se la encomendó a la institución más confiable del país: el Ejército, la única conformada por el pueblo: el avance es significativo.

La construcción en Texcoco, sin ver, la hubieran demorado –como hacen con las carreteras: ahí está el puente atirantado de La Concordia, en Chiapas, sin terminar-, y la advertencia fue contundente en la ampliación del Puerto de Veracruz –obra que inició también Peña y que no fue cancelada-, de construir con transparencia y en tiempo y forma: será el puerto y la aduana más grande de América Latina, casi comparable al puerto de Nueva York.

AMLO no puede seguir en esa tesitura de medir fuerzas y ni sus adversarios iniciando cada semana un frente distinto, no para desprestigiarlo, sino para obligarlo a regresar a las torceduras leoninas.

¿O de cuándo acá de pronto, la crítica es crítica en los medios masivos de éste país?

No lo creo de un sexenio para otro.

La bronca va a ser –para esos medios- cuando la oligarquía se acerque al presidente, establezcan las reglas de relación, los vínculos de negocios y las obligaciones de transparencia, y éstos dejen de impulsar campañas anti amlistas.

Esos medios ahora sí que tendrán que valérselas por sus propios medios.

Y AMLO va  a seguir con sus mañaneras, diciendo que es el más honesto, divirtiéndose de ver a los conservadores disciplinados.

Así es la política en México: el institucionalismo es obligado.