Las crónicas de un continuo despertar

6/marzo/2020

 

Arít León Rodríguez

 

Aún recuerdo mi época de adolescente.

No ha pasado tanto tiempo, pero en dos décadas desde entonces sí que he visto cambios impensables cuando yo acudía desmañada a las aulas de la secundaria.

Comentar que yo no era una individua muy bien vista creo que está de más. No eran mis calificaciones, las cuales nunca fueron malas, ni mi actitud, era más bien mi apariencia, la cual nunca fue femenina y mi deseo por hacer cosas que no eran bien vistas por el común denominador de la época.

Todavía recuerdo la cara del maestro de carpintería cuando llegue el primer día de clases a solicitar acceso al taller: Aquí no es lugar para niñas, aquí se hacen cosas que requieren fuerza y carácter.

No sirvió que le expusiera mi deseo de aprender, o que le dijera lo consiente que estaba del trabajo a realizar, me corrió de su aula, entra las burlas de compañeros que eran enanos y mucho más flacos que yo, que en aquella época pertenecía a la selección estatal de bailes polinesios y realizaba el atletismo como práctica deportiva. Armé un alboroto y fui a la dirección.

Expuse mi descontento y finalmente el maestro tuvo que aceptar niñas en carpintería.

Cuando se logró disentí entrar, no podía estar cerca de alguien que me consideraba inferior o incapacitada para hacer algo, aunque desde ese año muchas niñas más ingresaron a ese taller.

En la época en la que yo era adolescente, juzgar, denostar y burlarse de las personas diferentes que desearan usar ropa de color rosa era complicado si eras varón y vestirse con camisetas negras y mezclillas rotos si eras niña era aceptado hasta para maestros frente a las aulas.

Hacer cosas distintas, participar en actividades contrarias a las normatizadas a tu sexo o declararse gay o lesbiana siendo adolescente era casi imposible y para nada entendido.

No conocíamos el término del bullying pero bien que se conocía la carrilla y la presión social a embonar en lo esperado por la sociedad, y adultos formaban gran parte de ello.

Para algunos, la tortura de ser el bicho raro terminaba al cerrar la puerta, pero hoy la realidad es mas cruda y acida.

Jóvenes de cualquier sexo viven atacados por pertenecer a la diferencia, 24 horas al día desde las redes sociales.

Vemos imágenes abusivas y videos en donde son vulnerados repitiéndose una y otra vez sin ningún control, revictimizándoles una y otra vez hasta que llega a ser insoportable y con consecuencias mortales ante el chantaje y la humillación.

Siendo aun un pueblo que esta por mucho atrasado en muchas concepciones legales, el interesarse seriamente por las consecuencias de lo que pasa en las redes no es prioridad, pero lo aceptemos, nos interese ó no, las consecuencias están afectando directamente las vidas de las personas afectadas y a sus familias.