Las crónicas de un continuo despertar

24/abril/2017

 

Arít León Rodríguez

 

Aun cuando llegue a ser molesto, el uso de la libertad de expresión esta a la par del derecho de investigar, y nadie, absolutamente nadie, debe de hacer un alboroto por que periodistas investiguen el trasfondo de cualquier acción ó accionar publico.

Es parte de lo que como sociedad necesitamos, probar lo bueno, lo nefasto, lo debatible y tener el derecho de analizar si en efecto nos conviene ó convence.

Independientemente de que la forma en la que se ve que el evento del senador Roberto Albores Gleason como un arranque publicitario preelectoral, negar que las personas llegaron, que en efecto llegaron es absurdo.

Llegaron y si, fueron bastantes. Cincuenta mil, es definitivamente discutible, pero si fueron bastantes.

¿Cómo cuanta es la plantilla de personas dadas de alta en el programa Prospera en Tuxtla?

Digo, porque dicen que muchas de las personas que llegaron ahí, estaban molestas porque aparte del sol inclemente, llegaron suavemente motivados a no perder su derecho por ausencia, además de aguantar el sol, las molestias y el hambre.

 

***

 

Durante varios días, he tenido un eco en la cabeza. Preocupante y que rebota desde el fondo de mi subconsciente, porque el fin de semana noticias reales impactaron mi psiqué y créame, me hicieron consciente de la carencia de información que existe en las calles, en todas partes, en la gente, en nosotros.

Una mujer de aproximadamente 23 años terminó con su vida, y la de su hija e hijo, ambos de 5 y 3 años.

La vieron estar sentada por horas en las banquetas, al parecer dormir en la calle, buscar –al menos- barrer banquetas y no conseguir trabajo.

Preguntaba a que hora pasaba el tren.

Veía jugar a sus hijos, correr levantando piedrecitas, tal vez olvidando el hambre.

Se fue a caminar más adelante, buscando algo que trabajar, preguntando si el tren corría muy rápido por esas vías.

Una señora la vio alejarse y recuerda con pena que ella le pidió barrer su banqueta y le dijo que no, y tras verla alejarse, le dijo a su esposo que “ya se había cambiado de casa”.

El remordimiento llegó cuando un rato más tarde, escucho el escandalo del tren y al acercarse, observaron los restos de lo que habían sido los cuerpos de sus hijos y el de ella, esparcidos por las vías.

Nadie preguntó si ella tenia donde dormir, si sufría violencia, si sus hijos habían comido.

Nadie conocía direcciones de espacios solidarios, o no existen en el pueblo de Chihuahua donde ella estaba, o no quisieron informarle. Ella esta muerta hoy, junto con sus hijos, y aun ahora, es atacada y abandonada por la sociedad que, sin saber nada de ella ni sus razones para acostar a sus hijos y a ella misma en las vías a esperar  la muerte, le destroza una vez mas con criticas superficiales.