Editorial

7/agosto/2017

 

Ahora, el coordinador del PAN en la Cámara de Diputados federal, Marko Cortés, abre presencia -porque no la posibilidad- con eso de que es necesaria una reforma fiscal con la que el próximo gobierno tenga mejores condiciones para un mayor crecimiento de la economía en México.

Es decir, que ésta, se tendría que presentar incluso en medio de las negociaciones del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, y en los preámbulos políticos dentro de los partidos en la designación de sus candidatos a alcaldes, diputados locales y federales, senadores y presidente de la República.

Por un lado está la negociación del TLCAN y por otro, los conclaves entre partidos por las alianzas, que desde luego es del interés de no pocas bancadas y grupos en las cámaras federales, porque incluso no pocos saldrán a buscar las nueve gubernaturas a disputarse en 2018.

El punto es que Marko -que es uno de esos legisladores que quiere ser gobernador- planteó que la reforma fiscal disminuya el Impuesto Sobre la Renta; incluya la deducibilidad en diversas prestaciones laborales y facilite el pago de impuestos a pequeños y medianos empresarios que sostienen la carga tributaria del país, agobiados de créditos por sus demoras o cumplimientos fiscales.

De acuerdo a esto, con una reforma fiscal que baje los impuestos, se lograría una mayor inversión, aumento en el número de empleos, bienestar social, en el corto plazo el fortalecimiento de los ingresos tributarios y en suma un aumento en el crecimiento del Producto Interno Bruto del país, para regresar a la tasa del 4 por ciento que bajó en 2014 con las bajas en los precios del petróleo.

Y es que el panista se proyecta: insinúa que puede darse un alza de impuestos, cuando hacienda ya dejó en claro que no es cierto. Y como se quedó sin argumentos saca eso de una reforma fiscal ya sin tiempo, ni oportuna ni prudente.