Editorial

27/junio/2017

 

 

México va a realizar elecciones federales, luego de un sexenio muy difícil por factores internacionales e internos, que impactaron inevitablemente en la administración y cobertura públicas.

Así, la caída de los precios del petróleo, la llegada de Trump a la Casa Blanca, la desaceleración de la inversión estimada, los estragos de la violencia criminal, los eventos de corrupción como nunca antes, entre otros puntos de cobertura de asistencia social, influyeron en las políticas públicas y desde luego en la calidad de la imagen sexenal.

A mes y medio de iniciar el proceso electoral federal éste 8 de septiembre, el mes patrio, éste proceso es considerado el más grande que haya enfrentado el país, y sus cuatro fuerzas políticas predominantes han decidido ir en alianzas y frentes opositores para buscar la Presidencia de la República y el resto de los cargos en disputa, que comprende la presidencia, 128 senadores, 500 diputados, nueve gobernadores, cerca de trecientos diputados locales y más de mil alcaldes, y eso sí, miles de regidurías.

Es clara la alianza PAN-PRD; desde luego la del PRI, PANAL y PVEM que ha funcionado y la tentativa de Morena con el PT, si es que la acepta su dirigente tabasqueño, incluyendo un posible acercamiento de Movimiento Ciudadano.

El punto es que para 2018, en la presidencial se presume que será contienda de alianzas, quedando muy atrás ya el tiempo de partidos “solos” con su candidato de unidad y demás parafernalia, quedando también muy atrás eso de proyecto de gobierno derivado de sus documentos básicos y planteamientos ideológicos.

Va a ser ganar y ya luego se acoplan en esas vicisitudes.