Editorial

17/noviembre/2020

 

Las gráficas de legisladores dormitando, platicando o distraídos en su teléfono en plena sesión, es común -y hasta recurrente- por todos los estados y desde luego en las cámaras federales. Y aunque no se crea, por un alto porcentaje y sobre todo por el ángulo de las fotos, son tomadas por sus propios compañeros y filtradas “con maldad” a las redes.

 

Obvio con otros nombres.

 

Estas imágenes se vuelven virales, no porque se trate de un determinado diputado, sino por el desprestigio en sí que se acuñan ellos mismos, como ahora: en el ámbito nacional por ser más de lo mismo en subordinación, aparte de jugar con eso de la austeridad que, relativa, no es tal: austeridad es cero exceso, y los señores no se hicieron un ajuste severo para 2021, que incluyera suprimir todo gasto hacia ellos que no fuera la dieta.

 

Ellos no se bajaron el aguinaldo, por ejemplo.

 

Los más de diputados en la federación no reflejan ni en su discurso una calidad política, menos un conocimiento milimétrico ya no de su distrito, sino del municipio sede del poligonal, y contrariamente, caen en la corrupción política y se van como llegaron: en la grisura.

 

En este país los diputados federales son de su partido, no de su distrito o entidad; reciben instrucciones centrales que deben acatar y si se salen del lineamiento, “caen en desgracia” para sus siguientes aspiraciones.

 

El institucionalismo a ultranza que le llaman sigue vigente.

 

Eso lo notan los electores, cada vez más difíciles de convencer aún se trate de “caras nuevas”, que traen viejas mañas.

 

¿Cuál va a ser el discurso para 2021?

 

Porque eso de “recuperar a México” por parte de los que lo dejaron mal, pues como que no, y en Morena y aliados, pues no muestran muchas variantes en su disciplina a palacio, cuando son un poder aparte.

 

Y así, tal cual la cosa se repite en las entidades, en una copia fiel de acuerdo a las siglas en el poder.