Editorial

30/septiembre/2020

 

La pregunta es ¿Qué hay de malo terminar con fideicomisos que en lo general han rendido pocos frutos para lo que fueron creados, o servido para el beneficio de grupos seleccionados por sus consejos o coordinadores?

 

Desde luego que la desaparición no quiere decir que el gobierno debe de invertir en los rubros a que se dediquen, sea la academia, la ciencia, la tecnología y la cultura, de por sí poco apoyadas en el país, no de ahora, sino de siempre, y tenemos ejemplos tan a destacar como la arqueología, que es necesario custodiar, investigar y preservar, y nada más no alcanza el presupuesto del INAH para tal cobertura, y menos en 2021 que será un año de presupuestos reducidos.

 

Con todo y eso el coordinador de Morena en la cámara de diputados -y aspirante a la dirigencia nacional de ese partido-, informó que contrario a reducir el número de fideicomisos a desaparecer, se incrementa de 55 a 109 de ellos, y esto significará un ahorro de 68 mil millones de pesos, que más que la verdad, en términos presupuestales no es una cantidad exorbitante, en comparación al Fondo de Salud para el Bienestar, el que no se va a tocar, y cuyo monto es de 97 mil millones de pesos, pues hacerlo obligaría a reformar la Ley General de Salud, y la iniciativa de Extinción de Fideicomisos no lo contemplaba.

 

El punto es que se ha dicho -y dada la corrupción que existe aún en el país- que eliminar fideicomisos corresponde a una estrategia de austeridad frente a la pandemia, aparte de que se observó actos de falta de transparencia sin que se especificara en cuales, destacando que se usa la justificación real de enfrentar los efectos de la pandemia, no endeudar al país, no incrementar los impuestos y no gasolinazos.

 

Hay otros puntos que se protegerán, como el Fondo para la Atención de Emergencias el Fondo de Inversión y Estímulos al Cine y el Fondo para el Deporte de Alto Rendimiento.