Las crónicas de un continuo despertar 

27/agosto/2019

Arít León Rodríguez 

 

México se encuentra entre los países del mundo con los índices más altos de corrupción.

En todos los sectores oficiales y en todos los niveles de gobierno, a lo ancho y largo de la República, se reconoce este aspecto como uno de las grandes males que estorba el crecimiento económico, que merma la confianza de los ciudadanos en sus gobernantes y que destruye el llamado tejido social.

Esto descompone la formación y la educación de las próximas generaciones, y que además goza de una impunidad total; aunque a cada rato se reconoce abiertamente por todos los gobernantes, políticos, candidatos y  por el pueblo mismo, sólo cuando se llegan a descubrir y publicar actos de este tipo se debe a venganzas, a persecuciones, a la intención de perjudicar o simplemente porque no se puso a mano.

La corrupción es una norma no escrita pero aceptada por todos, ya que todo mundo sabe que si no hay dinero en forma ilegal no se mueve nada.

Es cierto también que se intenta detenerla y combatirla estableciendo leyes cada vez más rigurosas, estableciendo instituciones, organismos, inspectores, supervisores, etc., pero todo tarde o temprano cae en la misma red, por lo que es casi imposible exterminarla en las actuales circunstancias.

Eso es lo que puede explicar que unidades de transporte publico operen en la ilegalidad, violen el reglamento de tránsito, circulen por vías primarias con placas sobre puestas a exceso de velocidad y a pesar que han matado a peatones nada los detiene.

Ahora, incrementan sus costos, sin mejorar las unidades, sin mejorar la atención, sin  seguridad, sin contemplaciones.

Las rutas 7, 24, 49, 72,82,83, 96, 100 y muchas más son la muestra.

Como dicen, la ruta debe ser de quien la trabaja y ahí radica el problema del transporte en Chiapas.

Quienes los trabajan son personas que deben “pasar la cuenta” a los dueños -que ya jubilados del arduo esfuerzo de no hacer nada esperan en su casa- después de llenar el tanque de la unidad y reparar el desperfecto que pudiera haber surgido en su utilización.

El resto –lo que sea- le corresponde al chofer.

Ahora, es cuando vislumbramos porque van endemoniados, ganar algo más para llevar a casa, estrés, enojo, frustración sobre cuatro ruedas.

 

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Las causales de que las dependencias médicas estén exiguas en material, utensilios y accesorios propios de las necesidades de esos espacios es mas que sabida.

Desabastos a raíz de la indiferencia y el abuso de no una, si no de muchas administraciones y un trato despótico que viene derivado de el cansancio, malos tratos entre colegas –hablando de médicos- y también de exigencias sobregiradas ligadas a la desesperación e ignorancia de pacientes y familiares.

El punto toral de todo, es que la burocracia desarrollada en espacios médicos llega a ser descorazonadora hasta entre quienes laboran ahí.

Pacientes y familiares desconocen las instancias a las cuales pueden recurrir para denunciar malos tratos y abusos de quienes son responsables de cuidar de su salud, ya que no existe información al menos a la mano para quejarse por ejemplo de que las y los encargados de seguridad ingresan a los baños femeninos, o que por ejemplo, en las áreas de sala de espera, voltean los sillones para que en la noche las personas que pernoctan –o como se le pueda llamar- cuidando a sus enfermos no puedan sentarse ahí, lo cual considero que es bastante cruel.

En miles de hospitales del mundo es necesario que quienes están en espera, tengan un lugar cómodo y digno donde descansar, ¿acaso creerán que la gente acude ahí a modo de resort?

Urge una capacitación a quienes están realizando esas actividades.

O informarles que tratan con personas, no números.