Las crónicas de un continuo despertar

24/abril/2019

 

Arít León Rodríguez

 

Pero no lo creen.

 

Me estaba comentando un amigo que moviéndose por la ciudad en alguna ruta de los servicios colectivos que existen, le toco ser testigo de un connato de desgracia.

Le digo connato, porque no se culminó, pero pudo haber sido bastante grave.

Contrario a lo que acostumbra, pidió detener el colectivo al chofer una parada antes de lo ordinario, justo en el momento de estar ahí.

Ipso facto, pues.

Y el chofer, se detuvo.

Tan solo para un segundo después, un joven apareciera en la esquina que iba a doblar justamente, en sentido contrario, con audífonos y unos lentes más negros que su conciencia.

Fácil, se lo iba a llevar.

El chofer obviamente quedo instalado en el estupor un par de segundos.

De la que se libró, porque si le daba, al menos una mega arrastrada a ese pobre muchacho.

Y es que realmente, nosotros no somos parte de esta generación que carga los ipods a todo volumen y casi desde que nacieron conocen los celulares con radio y mp3, pues a duras penas empezamos con los walkman como la gloria divina y ciertamente aunque caminábamos con ellos, era menos frecuente ver a muchachitos dispersos al punto y abundancia de ahora.

Ese chicuelo iba a ser atropellado por su descuido y jamás se dio cuenta. Pasó tranquilamente meneando la cabeza mientras el chofer del colectivo tragaba saliva y volteaba a ver a los pasajeros.

Y es que es cierto, no todo -aunque sea difícil de pensar y admitir- no todo accidente es culpa del colectivero, chofer, como desee usted llamarle.

También como peatones somos imprudentes y hasta violentos.

Y creo que a los muchachos que usan bicicletas por los andenes, calles y avenidas de la ciudad debería de hacérseles notar el pequeño detalle de esas imprudencias que cometen.

Fíjese, hace unos dos años, un pequeño niño fue muerto cerca del Vergel por una persona a bordo de un colectivo.

Desgraciadamente no hubo nada que hacer cuando el chofer se percató de que “algo” se arrastraba bajo sus llantas.

Según lo que me comentaron, el pobre niño salió corriendo en un punto ciego en una curva frente a la gasolinera del Vergel, y se lo llevo el coche.

Una triste imprudencia, destruyó dos familias.

Parece que se le olvida a los muchachos ser precavidos al caminar por las calles, al punto de que se abstraen en tres dimensiones mientras deambulan por la calle con sus audífonos.

Peligrosísimo.

 

***

 

Qué bueno que los jóvenes están poniéndose las pilas contra la homofobia.

En 1972, la homofobia se definía como “el miedo a estar con un homosexual en un espacio cerrado”, definición muy restrictiva que quedó rápidamente rebasada en el lenguaje común, como testifica la definición del Pequeño Larousse: “Rechazo de la homosexualidad, hostilidad sistemática hacia los homosexuales”. Ampliando el análisis, Daniel Welzer-Lang ha sugerido una nueva definición.

Para él, la homofobia “es, de modo más extenso, la denigración en los hombres de cualidades consideradas femeninas y, en cierta medida, de las cualidades consideradas masculinas en las mujeres”. (Louis-Georges Tin, Dictionnaire de l’homophobie.)

Es decir, es imperdonable que un varón “caiga” en el papel de mujer.

El machismo a la novena potencia, ¿no?

Lo que siempre me ha dado risa es que, los machistas de nuestro país tienen un lenguaje que dista de viril.

¿Lo ha analizado?

Sus amenazas de utilizar su miembro como herramienta de dominio con otros hombres, la actividad sexual como un estándar de superioridad con otros, no se me hace muy congruente. Pero, en fin.

El punto es que lo que deseamos es la integración de la sociedad en su totalidad.

Con la expresión y respeto a los derechos sexuales en plenitud, para la difusión de información.

Según lo que he leído, la población gay mexicana vive su más grave crisis de salud. La Organización Mundial de la Salud (OMS) informa, en un documento de 1998, que en México “posiblemente hasta un 30 por ciento de los hombres que tienen relaciones sexuales entre ellos estaban infectados por el VIH” .

Espero que hayan decrecido, en serio.

Pero, el detalle es que aún así, es necesario sensibilizar a la población a entender a nuestros hijos e hijas, tengan la vida sexual que tengan, y a hacerlos responsables de su cuerpo, mediante el sexo seguro y consciente.