Editorial

17/abril/2020

 

Así como hemos perdido asombro por los sucesos delictivos en nuestro país, ya tan frecuentes con toda su saña, también con los escándalos políticos y ya ni se diga con las cosas chuscas que protagonizan servidores públicos y dirigentes partidistas o sus familiares, de los que la opinión pública hace burla, memes, opiniones.

 

Sucede hasta con los presidentes desde que Zedillo empezó a hablar de los “malosos”, pasando por Fox y su conocimiento sobre “Borges”, siguiendo con Calderón y su “michoacanazó” y hasta el actual, que ya lleva un buen de pifias y sumando.

 

Pero el otro es el escándalo político, el que repercute no solo en la imagen del generador y la pandemia, sino en miles de personas y sus proyectos hay veces no lo creen esos errores que hacen caer programas, desviar recursos, generar polémica y consecuencias lamentables, como el desarrollo de los grupos delictivos, que alguna vez pudieron haber sido controlables, si el aparato de gobierno no fuera tan corrupto.

 

¿Por qué seguimos padeciendo violencia?

 

Por eso tanto las pifias como la corrupción dejó de asustarnos como sociedad; la primera es de risas, la segunda de zozobra, la tercera ¿será la indiferencia?

La llegada de políticos sin preparación y compromiso social al poder, ha generado mucha corrupción desde hace más de cien años, que permitió primero una dictadura dura, y luego una casi perfecta.

 

Ambas facetas culminaron en 2000, pero dejaron enraizado un modus operandi en todo el sistema político, económico, administrativo, social. A nadie le asusta la corrupción, y parece lo que se vive ahora con la pandemia.

 

Pero tampoco los crímenes arteros, ni a la secretaria de Gobernación, quien reconoció lo que todos sabemos: esos asesinatos de a diario, que reiteran que los criminales no solo están dispuestos a todo, sino que no están en la disposición esa de abrazos: siguen con balazos.

 

Matando gente a diario.