Editorial

2/septiembre/2015

En la Cámara baja se renueva el Congreso de la Unión.

Quinientos diputados entrantes tomaron su curul y por los siguientes tres años, se encargarán de legislar y en teoría, de representar a los ciudadanos de este país.

La labor legislativa está muy devaluada, no por la legislatura saliente ni por la anterior, se trata de décadas de política para los políticos y en los últimos años, para los partidos.

En la época del priísmo del siglo XX, el Congreso de la Unión fungía como una oficialía de partes que reconfirmaba lo que el Ejecutivo pensaba o quería, con el paso del tiempo se convirtió en una simulación democrática al tener unos pocos diputados de oposición frente a una mayoría siempre priísta.

Al final del siglo XX, el Congreso comenzó a dividirse, los priístas perdieron la hegemonía absoluta y distintas fuerzas políticas ganaron espacios tanto en la Cámara de Diputados como en el Senado, lamentablemente esto no ayudó a la labor democrática, estos espacios siguieron representando intereses cupulares, partidistas y distantes de las necesidades de la gente.

Muy pocos en México se sienten representados por el Congreso de la Unión.

Entra una legislatura dividida, con una mayoría relativa del PRI y con una nueva fuerza política, Morena, que como cisma de la izquierda se presenta frente a la incertidumbre ciudadana.

¿Serán legisladores que se opondrán a todo? ¿serán representantes personales de López Obrador? o ¿realmente buscarán legislar para la gente?, la incógnita queda en el aire; por los demás partidos ya sabemos cómo operan y a quién representan.

Tiene el reto la legislatura entrante de acercarse a la gente, de comenzar a gestar el cambio de imagen en los diputados de este país, ¿lo lograrán en tres años?, ¿será una más de las mismas legislaturas que han pasado a la historia como vividores -con sus excepciones- del erario?, también la incógnita queda en el aire.