¿Cómo elegir inteligentemente canciones para trabajar?

7/julio/2015

096aa7c60c8ac71dc3c80f383de8a424La música afecta en gran medida al funcionamiento de nuestro cerebro, puede dificultar o facilitar la ejecución de una tarea, o también puede convertirse en un factor desmotivador en lugar de motivador.

Agencias

A menudo, la música y el trabajo van unidos de la mano. Afrontar los retos cognitivos o físicos suele ser más ameno y sencillo con la compañía de la música. Nos ayuda a mantener el ritmo y, sobre todo, a esquivar esa soledad y cansancio que tan frecuentemente suele aparecer en el trabajo.

Pero escoger la música para trabajar idónea no es tan sencillo como darle play a alguna de nuestras listas de reproducción –no si realmente buscamos que su compañía nos afecte positivamente–.

La música afecta en gran medida al funcionamiento de nuestro cerebro, puede dificultar o facilitar la ejecución de una tarea, o también puede convertirse en un factor desmotivador en lugar de motivador.

Por ello, debemos seguir una serie de pautas y consejos antes de presionar el botón de reproducción.

Las canciones sin letra, mejor. Si las tareas a las que te enfrentas están relacionadas con las palabras (el caso de un periodista, por ejemplo), trata de esquivar los temas con letra. La música con letra dificulta la producción sintáctica y gramatical del cerebro. Es como si, por una autopista por la que solo deben circular coches (que serían las palabras relacionadas con nuestro trabajo) también circulan vehículos pesados (las palabras correspondientes a la letra de la canción). El tráfico se congestiona y aumentan los tiempos de llegada. Algo similar ocurre en nuestro cerebro.

Las canciones desconocidas también suelen ser mejor. Si la tarea a la que te enfrentas implica un esfuerzo por parte de tu cerebro, trata de recurrir a canciones desconocidas. Seguro que en más de una ocasión habéis estado trabajando, ha comenzado a sonar una de tus canciones favoritas e, inmediatamente después, has comenzado a cantarla, ¿Verdad? Obviamente, si el ejercicio que vas a realizar es físico en lugar de mental, sí puedes recurrir a canciones conocidas.

Distribuye y elige las fuentes de sonido de una forma adecuada. Escuchar música desde unos auriculares in-ear no es tan cómodo como escucharla desde unos altavoces que rodean la sala en la que te encuentras. De la misma forma, no es lo mismo que el audio nazca de tu portátil que si lo hace de un altavoz situado en la estantería superior. Las fuentes de sonido directas pueden afectar negativamente tu productividad, por ello trata siempre de escoger el setup que más cómodo te resulte.

Considera las versiones instrumentales. Muchos de los temas más famosos cuentan con versiones instrumentales. Estos pueden ser de gran ayuda, pues, al eliminar la letra, ganamos un plus en concentración pero mantenemos un ritmo muy ameno para trabajar.

Ten cuidado con los sentimientos y las emociones. La música afecta intensamente a la parte emocional. Por ello, antes de reproducir una playlist debemos tener en cuenta cómo afecta cada tema a las diversas regiones cerebrales. Imagina un tema para trabajar maravilloso (en cuanto a ritmo y género) pero cuya letra no hace más que recordarnos un momento triste de nuestra vida. O esa canción que solemos escuchar antes de dormir. Rompe por completo nuestro esquema y nos impedirá ejecutar la tarea a la que nos enfrentamos.

Admítelo. Hay veces que renunciar a la música es lo mejor. La música es una maravillosa acompañante, pero hay veces que su presencia dificulta nuestra productividad. Cuando nos bloqueamos mentalmente, por ejemplo. O cuando llevamos diversas horas de trabajo intenso y continuado –véase los estudiantes–. Además, numerosos estudios demuestran que los beneficios de la música desaparecen cuando esta es reproducida de forma constante durante horas.

Lo aleatorio puede ser la clave. Una playlist variada puede ser de gran ayuda para trabajar, pues cada tema mantendrá estimulada una parte diferente del cerebro, lo que nos ayudará a una mayor productividad y eficiencia. Pero esos cambios no deben ser bruscos ni constantes, pues, de ser así, nuestro cerebro empleará más “recursos” de los que nos gustaría en prestar atención a lo que llega a nuestros oídos.