FIC San Cristóbal

24/enero/2015

Dice un habitante de San Cristóbal de las Casas que su plaza central cambia de nombre según quien la mire. El nombre oficial es Plaza de la Paz, porque allí se llevaron a cabo los diálogos entre los zapatistas y el gobierno federal en 1994. Los pueblos indígenas que continúan en actitud de lucha se refieren a ella como la Plaza de la Resistencia. Y el resto de los pobladores la llaman simplemente Plaza de la Catedral.

Allí, bajo las noches frías de este “pueblo mágico” chiapaneco, se llevaron a cabo algunas de las actividades del Festival Internacional de Cine de San Cristóbal de las Casas, que llegó a su fin después de una semana de actividades. Al aire libre se proyectaron películas como César Chávez, de Diego Luna, traducida simultáneamente al tzotzil; o el documental La música es mi lengua materna, que narra el encuentro entre dos músicos de la escena neoyorquina y músicos de Chiapas.

Las 82 funciones del festival se ofrecieron al público de manera gratuita. Las filas afuera de los tres foros municipales eran notorias, sobre todo en las películas que se mostraban en la tarde y noche. En casos como el deHuicholes. Los últimos guardianes del peyote -un documental de Hernán Vilchez que se exhibió la tarde del jueves- se quedaron fuera de la Sala de Bellas Artes más de 50 personas por sobre cupo.

Desde un principio se buscó que el festival de San Cristóbal tuviera un sello distintivo. “En este sitio hubo una revolución armada y somos conocidos en el mundo por eso. Nos guste o no, el sub-comandante Marcos nos puso en el mapa”, afirma el director del encuentro, Miguel Camacho Figueroa.

En línea con este planteamiento, las ficciones y documentales que fueron seleccionados para el festival tocan temas como la identidad, la diversidad cultural y los derechos humanos. Bajo el lema “Cine para dialogar”, se buscó exponer problemáticas sociales y medioambientales y contar las historias de poblaciones autóctonas alrededor del mundo.

Por ejemplo, el terror impuesto por los yihadistas que se narra enTimbuktu, nominada al Oscar a mejor película extranjera. O la mirada del fotógrafo brasileño Sebastiao Salgado en el documental La Sal de la Tierra, dirigido por Wim Wenders y también nominado al Oscar. Otra función destacada fue la proyección con música en vivo de ¡Qué viva México!, la película de corte antropológico que Einsestein filmó en México en los 30 y que editó años después Grigori Aleksandrov.

Los homenajes fueron para dos figuras que se han distinguido por su cine comprometido: el director greco-francés Costa-Gavras y el mexicano Jorge Fons. Y en las charlas que se organizaron cada mediodía en un foro cultural independiente -el Kinoki- expertos y cineastas hablaron sobre asuntos como cine y política, indigeneidad y representación, calentamiento global o compromiso social.

Con la música de las marimbas que sonaban en el kiosko, los cerca de 250 invitados nacionales y extranjeros iban a pie de un foro a otro por los coloridos y turísticos andadores de San Cristóbal. Muchos de ellos opinaron, en público y en privado, que la primera edición del Festival de Cine había sido un éxito.

A juzgar por las filas afuera de los cines, también la gente de San Cristóbal recibió con gusto la iniciativa financiada por el gobierno estatal, que realizó una inversión de alrededor de 10 millones de pesos. Aunque también hubo personas del pueblo que manifestaron su descontento por considerar que hacía falta una mayor inclusión.

El miércoles por la noche, un grupo de comerciantes indígenas del Mercado Popular del Sur irrumpió en una de las proyecciones al aire libre exigiendo su cancelación, por considerar que el festival era un evento propagandístico del gobierno de Manuel Velasco. El incidente provocó que la película y el concierto que estaban programados cambiaran de fecha y de sede, respectivamente.

Pero esta es tierra zapatista y “la gente tiene derecho a manifestarse”, opina Camacho Figueroa, productor y actor asentado en Chiapas desde hace nueve años. El director del encuentro sabe que hay aspectos a mejorar para el año siguiente. Se requiere mayor precisión en la emisión de boletos, por ejemplo. Además se verá la posibilidad de que las proyecciones puedan llegar a comunidades rurales y que cada película tenga más de una función.

Igual que con la plaza de los tres nombres, el FIC San Cristóbal -y el resto de las cosas- depende de quién lo mire