Tubo de ensayo

21/marzo/2018

 

René Delios

 

La indignación es el sentimiento que más externan los mexicanos por la enorme corrupción que asola a la administración pública, y que medra el progreso de los mexicanos y con ello el de la nación.

Da ira entender que esa corrupción gubernamental socavó la estructura social, carcomió la sensibilidad pública y generó flagelos que se fortalecieron ante la indiferencia del poder, que hasta se ha coludido con el crimen organizado que mantiene en la zozobra a ciudades completas como Acapulco, Reynosa o Veracruz.

Todo ello ha generado una impotencia que clama a cambios políticos y de políticos, pero de nada servirán sino se registran también los sociales, mucho más complejos y lentos, y que comprende –es cierto- el combate frontal a la corrupción y al crimen organizado, como practicas conscientes entre pueblo y gobierno, que permitan cambiar éste como sin rumbo a la tranquilidad que vive hoy nuestra nación, y que minimizan a través de estadísticas que no padecen esos políticos que las anuncian con tanto triunfalismo.

Y es que no se puede avanzar con tantas heridas diarias causadas por el crimen por un lado y el saqueo constante del erario por otro, a costa del sudor de los mexicanos, y que al final es a beneficio de grupos delictivos o sectores políticos o ambos juntos.

Se tienen que eliminar de tajo vicios como el paternalismo, como el clientelismo, lastres de un pasado parasitario. Equilibrar la labor, el costo del dinero y el salario digno –técnico y profesional- la responsabilidad pública y sobre todo y ante todo, el respeto y la aplicación de la ley.

¿Suena como a utopía?

Nos acompaña la impotencia a diario, de no poder contribuir de manera colectiva para modificar el rumbo como maquillado del país; solo para los colaboradores de Peña y sus corifeos, México va por el camino correcto.

Padecemos –perdón por el sentido figurado- una violencia intrafamiliar tremenda, que no puede ser buena, que sigue aportando malos elementos para la sociedad y se refleja en la violencia y a la bandalización del crimen, que igual se expande asesinando a periodistas o ciudadanos inocentes que son abatidos bajo la mirada pasiva o la complacencia del poder público con lujosos sueldos y banquetes ensangrentados.

¿Cómo podemos permitir que esa porquería de clase política siga usufructuando de los bienes de la nación?

¿Cómo podemos permitirnos eso de que sea la mentira –la peor forma de corrupción- el sustento de que somos una nación libre y democrática, cuando la pobreza en decenas de millones de mexicanos evidencia que tenemos tumores tremendos que sanar, incluyendo la simulación?

¿Estamos unidos, mexicanos?

Lamentablemente todavía no. No hay unísonos, hay siglas, hay figuras, retórica política, explotación de las circunstancias sociales a modo, pero no propuestas para superarlas.

La verdad no le veo nada a los de allá que ya han hablado hasta de más de lo malo, pero como que hace falta que se hable de lo realmente posible.

Algo de eso en pequeño necesitamos en nuestro terruño: Chiapas.

Como en los asuntos del país, quien gane en la aldea tendrá dinero y tiempo para resolver los rezagos de la entidad a la cola del desarrollo social.

Para empezar no hay que mentir pues insistimos que la demagogia es la peor forma de la corrupción, y no hay como lo directo, concreto.

Si todos se basan en lo cierto la contienda será muy distinta a toda la parafernalia de democracia que han mostrado en este tipo de pretensos.