Editorial

1/noviembre/2017

 

En México han abundado en todas las generaciones y rincones de su territorio, los y las que han medrado de los demás y de los recursos públicos y naturales -renovables y no renovables- del país.

A éstos sátrapas no les ha importado nunca el dolor ajeno y que el nombre del país se vea manchado por ser de “entre los más corruptos del mundo” y por ende, su población también lo es.

Los hechos de esa corrupción han tenido múltiples escenarios y consecuencias, incluso en la pérdida de vidas humanas que se reflejan en los casos de Ayotzinapa o la escuela Enrique Rébsamen, en Guerrero y Ciudad de México respectivamente.

Pero el peor ente corrupto del sistema es el político,

Hoy ese individualismo a ultranza se refleja según esto en la cifra de que la corrupción le cuesta a ésta nación 966 mil millones de pesos de su presupuesto anual y, desde partido, liderazgo, organización, gremio, pandilla o comadres, no se da por ello protesta, marcha, mitin reclamo, demanda, en un tema que ya sería escándalo en otras naciones a riesgo incluso de la silla para el presidente en turno como pasó en Guatemala por un asunto que en México se hubiera visto como un caso menor.

Acá no pasa nada ante la indiferencia, el desgano, el divisionismo, el encono y la inquina que nos gana y que desliza el ver que por sentido común debemos reaccionar en conjunto sobre el particular como país, no por siglas o tendencias ideológicas momentáneas, que es lo primero que ponemos de peto para marchar en unidad, y anteponer la diferencia.

Ese dinero si se suma, significan 5 billones, 796 mil millones de pesos en un sexenio, o sea, 292 mil 727 millones de dólares al tipo de cambio de éste viernes, y en la comparada pues dos veces la deuda externa.

O sea que por sexenios hemos trabajado mal inventado programas paliacate que no van a ir a ninguna parte porque la corrupción se come todo antes.

Desde los diseñadores de programas que dejan “un codo” por dónde se vean beneficiados, titulares, mandos medios y jefes de área, y ya ni se diga delegaciones estatales y en esa misma, el que sea delegado, sus mandos medios, mandos regionales y municipales dan el garrazo al presupuesto hasta que, la nada, llega a los beneficiados.

La corrupción sigue, galopante, en nuestro México.