Editorial

18/septiembre/2017

 

 

Una institución política sólida no tiene una ruptura del tamaño de la que hemos visto al interior del Partido Acción Nacional (PAN), el dirigente Ricardo Anaya hace valer el autoritarismo del partido sobre sus adversarios internos, lo curioso es que esos adversarios, hicieron lo mismo cuando Felipe Calderón siendo presidente de la República, actuaba de facto como jefe de partido.

Más allá de quien tenga o no la razón, esto obedece a un proceso cíclico y de descomposición al interior del PAN.

Esto es resultado de la nula democracia que existe en este partido desde que asumieron el poder en el año 2000, demostraron pues, que estaban hechos para ser oposición porque al gobernar, se sentaron en la misma silla del régimen priísta y migraron todas sus malos hábitos políticos.

El problema de la ruptura en el PAN es que no solo afecta a sus militantes, se trata de un problema nacional al tratarse de un partido político que representa a ciertos sectores de la sociedad mexicana.

Al final del día, la ruptura en el PAN es muestra también de la debilidad del sistema político mexicano y su incipiente democracia, de la incapacidad para conciliar entre adversarios —internos y externos— y, de la falta de madurez política que el propio PAN refleja, aún siendo el partido más antiguo de nuestro país.

El PAN se había roto desde 2012, el propio Felipe Calderón lo sumió hasta donde pudo, luego trataron de pegar los trozos y constituir una fuerza política competitiva pero ahora, en pleno 2017, a 5 años de aquel frentazo se vuelve a romper y resulta una incógnita si podrán juntarse de nuevo las piezas o se tratará de un espejo de lo que ocurre entre el PRD y Morena.