Editorial

21/agosto/2017

 

Ricardo Anaya no ha estado mal como dirigente nacional del PAN, pero parece que sus bonos no son suficientes como para candidatearse hacia Los Pinos aún con el gane de 7 gubernaturas en 2016 y una en 2017.

Le pesan sus gastos millonarios, no totalmente aclarados por sus viajes a EU; confrontado con Margarita Zavala, Rafael Moreno Valle, los senadores Ernesto Ruffo y Juan Carlos Romero Hicks, y con el ex canciller Ernesto Derbez por portar la doble cachucha de dirigente nacional del PAN y precandidato mayor panista a la Presidencia de la República, Anaya se había mantenido un tanto a salvo entre el cinismo de ni los veo ni los oigo.

Sus adversarios internos le reclaman perder Estado de México y Coahuila.

Ciertamente si la busca, son válidas las exigencias de que renuncie a la dirigencia y deje de usar los miles de spots otorgados por el INE al partido, y los recursos multimillonarios del PAN que él usa para su promoción personal.

Pero lo mismo están haciendo los demás dirigentes, tanto del PRI como de Morena.

El caso es que una depuración del padrón blanquiazul dejó el listado de 483 mil militantes levantado en 2015 a tan sólo 260 mil realmente registrados ahora, y le pesa que de un momento a otro desaparecieron el 45% de los panistas que supuestamente estaban registrados hace apenas 2 años.

Pero la cosa no para ahí. Resulta que el senador y precandidato presidencial panista Ernesto Ruffo Appel le agregó la sal al anuncio de la depuración, al indicar que la caída del padrón se debió a que se encontraron pues nada menos que como 223 mil militantes “cachirules”, entre inexistentes y hasta muertos.

O sea que Anaya “ya aprendió”, como dijeron alguna vez de AMLO, a manipular información.

Puede ser por eso que el panista no vea mal ese frente opositor, pues no tiene gente real con qué competir.